"Laura", uno de los mejores títulos del cine negro

Obra maestra. Uno de los mejores títulos del género negro. Se titula “Laura” y llegó al cine de mano de Otto Preminger en 1945.

Algo le ha pasado a Laura Hunt. Y no es bueno. Pero mientras lo averiguamos y se investiga, el director nos va explicando fragmentos de una vida sin duda especial: la de una joven que se abre camino en el mundo de los negocios con un empuje y un empeño tremendos, que consigue éxito, reconocimiento y codearse con la alta sociedad, más allá de su talento, por cierta aura misteriosa que la acompaña allá donde va. Laura es Gene Tierney. La estrella más bella jamás vista en la pantalla.

Si nunca hubo una mujer como Gilda, tampoco nunca hubo una como Laura. Con esa aureola evanescente, casi fantasmal, que la acompaña y que la espléndida fotografía en blanco y negro de Joseph La Shelle, ganador de un Oscar por ella, realza. Mientras, el perfecto rostro de porcelana de Gene Tierney, entre luces y sombras, le otorga al personaje un algo irreal absolutamente fascinante.

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Pero Laura Hunt es muy real y tiene los dos pies en el suelo. Es una mujer encantadora, pero también una profesional de la publicidad decidida y de éxito con un gran problema en su vida: todos los que la rodean quieren algo de ella. Su prometido, un caradura que está a dos velas, beneficiarse de su posición social y económica. Su tía, que no se case con éste porque lo quiere para ella misma y su mentor, el sofisticado columnista Waldo Lydecker, impedir que su perfecta creación lo abandone por otras compañías. Los tres son los principales sospechosos de su asesinato, que el seco inspector McPherson tiene que desentrañar sin imaginar que él mismo caerá en las redes de tan exquisito cadáver, completamente hechizado. Un retrato soberbio y atrayente, hacia el que se vuelven todas las miradas, una llave de ida y vuelta, una pitillera que viene y va, dos relojes gemelos y un juego de espejos que no siempre reflejan la realidad son los objetos de los que se sirvió primero la afamada novelista Vera Caspary, la de “Carta a tres esposas” y después el debutante Otto Preminger para hacer avanzar una trama apasionante.

Un malcarado grandullón de origen germánico, antiguo actor por su excelente percha y director de incuestionable talento y que tuvo, en el género negro, uno de sus caladeros favoritos.

Le dio vida a Laura, y desde entonces, permanece en la retina de cuantos la contemplaron y con su actriz fetiche, Gene Tierney, compuso a cuatro manos unas cuantas más, a cual más inquietante. Ya como productor independiente no tardó en descubrir lo que vende un buen escándalo de cara a la promoción y puso a Sinatra en el brete de ser el primer heroinómano que aparecía en una pantalla o a Lee Remick le ofertó el dudoso honor de ser la primera actriz de la que se hablaba de sus bragas en un film. El escándalo, a menudo, lo fomentaba también en la vida real. Convirtió a su amante Dorothy Dandridge en la primera estrella negra de la historia del cine; con idéntico sueldo y prebendas que Lana Turner.

Su archienemigo Daryl Zanuck, gran jefe de la Fox, sólo le permitió dirigir la película cuando el veterano Rouben Mamoulian se reveló incapaz de hacerse con los entresijos del género negro. Y sólo porque fue Preminger fue el que se ocupó de poner el proyecto en pie, desde el principio como productor. Y también desde el principio en el plató impuso su carácter.

No se llevó bien con Judith Anderson, hay que reconocer que la famosa sirvienta de Rebeca está un poquito forzada, pero en cambio sacó un excelente trabajo del inolvidable Vincent Price, galán de segunda hasta entonces y estrella del cine de terror en colorines después y que consideró ésta la mejor película se su vasta filmografía. También con el siempre repeinado y apuesto sin ofender Dana Andrews, actor descubierto en una gasolinera, que tras un tiempo formándose se coló con todo merecimiento en algunas de las películas más notables de los 40 y 50. Pero además, Preminger dio vida a dos estrellas de brillo intenso y breve recorrido: Pese a la oposición del estudio que lo consideraban demasiado amanerado para hacer película, se trajo desde los escenarios neoyorquinos al exitoso Clifton Webb, ex niño prodigio, cantante, bailarín, estrella de los grandes musicales del momento, sofisticado cómico en algunos enredos teatrales notables y elegante bon vivant y pieza fundamental de todo evento social de postín que se preciara. A ellos acudía siempre con su mamá que fue la única compañía que se le conoció hasta la muerte de ésta ya. Webb fue candidato al Oscar por la de esta noche; de nuevo al año siguiente por “El filo de la navaja”, y en una tercera ocasión que se convirtió en franquicia de éxito: cuando interpretó al señor Belvedere en la saga de la “Niñera moderna”. Nadie como él para mirar a los demás de arriba abajo con inimitable suficiencia y darle a algunas frases entonación de latigazo Le ayudaría quizá la bencedrina que confesó utilizar para aguantar las inacabables sesiones de rodaje que impuso tanto Preminger.

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Pero el auténtico descubrimiento de la película se llama Gene Tierney, que, como la Bacall de “Tener y no tener” o la Hayworth en “Gilda”, convierte un personaje que sobre el papel ya era prometedor en un auténtico icono del cine de todos los tiempos. Lo más curioso es que rodó “Laura” sin ser muy consciente de lo que estaba ocurriendo, debido sobre todo, a su tragedia personal. Según su marido, el diseñador Oleg Cassini, haber dado a luz a una niña disminuida en todos los sentidos, a causa de la varicela que le transmitió el beso de una fan estando embarazada, la sumió en una inestabilidad mental que le haría ingresar en un psiquiátrico una década después. Tiempo en el que revalidó su estrellato, participó en un puñado de grandes filmes y no encontró ni la paz ni la felicidad a la que aspiraba.

Y otro de los grandes hallazgos del filme es la inmarchitable música que compuso David Raksin para él, sin siquiera haber visto la película. Fue tal el éxito de la melodía que, ante la enorme demanda del público, se le añadió una letra después para comercializarla como lo que fue y todavía es: todo un hit. La escribió Johnny Mercer; el de “Moonriver”

Laura es el rostro de la luz misteriosa. Son las primeras palabras de la letra una de las canciones más queridas y populares de la historia del cine. Que ni siquiera fue considerada candidata al Oscar en esa categoría por esas cosas incomprensibles de los tiempos de guerra. Y luego ha conocido afortunadas versiones de voces bien diversas: de Sinatra a Carly Simon. De Ella Fitzgerald a la italiana Mina o los músicos Bill Evans, Dave Brubeck o Dexter Gordon y así hasta 400.

Un ejemplo más de lo que enreda la magia del cine, cuando se pone a ello. O sea dentro de 10 segundos. Feliz velada.

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