"Suave es la noche", una de las grandes novelas de F. Scott Fitzgerald

Tras muchos años de espera, una de las grandes novelas de F. Scott Fitzgerald llegó a la pantalla en 1962: “Suave es la noche”. Fue Henry King, el de “Las nieves del Kilimanjaro” de Hemingway, el encargado de poner en imágenes el drama tejido por el autor de “El Gran Gatsby” en torno al matrimonio formado por un prestigioso psiquiatra y su misteriosa mujer que, en los felices 20, llegan a la Riviera francesa para disfrutar de la vida aparentemente, rodeados de una agradable y adinerado grupo de americanos, que no tardan en darse cuenta de que a esa pareja algo le pasa. El qué, es justo lo que vais a descubrir esta noche. Jennifer Jones y Jason Robards protagonizan el film.
Suave es la noche / Archivo

Tan azaroso como la propia vida del autor de la novela en que se basa fue el viaje de “Suave es la noche”, publicada por entregas en 1934, de lo escrito a lo filmado casi treinta años después. Con claros apuntes autobiográficos - Francis Scott Fitzgerald murió en 1944 de alcoholismo y estuvo casado durante décadas con una heredera esquizofrénica - el escritor narra con vigor, pero también con sutileza el ascenso y caída de un prometedor psiquiatra enamorado de una adinerada paciente a la que su fortuna, administrada por su veleidosa y egoísta hermana, le permite sin embargo recibir cuidados en la mejor clínica de Zurich y residir a menudo en la Riviera disfrutando de los felices años 20 que, por lo que se entiende, eran todo menos eso.

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Pues después de tres décadas en que la historia paso de Cukor a Franhenheimer, de Norma Shearer a Elizabeth Taylor o de Glenn Ford a Cary Grant, cuando finalmente llegó a los cines de la mano de Henry King dejó a la industria boquiabierta. El rodaje se llevó a cabo en París, en la Riviera, en Suiza y en maravillosas localizaciones en Italia, por supuesto en poderoso Cinemascope y Tecnicolor. Impresionó el espléndido trabajo realizado por Pierre Balmain con el vestuario, que es de una elegancia realmente exquisita y más impresionó todavía que no fuera candidato al Oscar. Si lo fue la canción del filme popularizada por Tony Bennett. Todo tiene lógica si se piensa que, en la sombra, se encontraba el hombre que convirtió a Escarlata O´Hara en una leyenda y acuñó para todos el concepto de lo que es el gran cine. David O´Selznick hacedor de “Rebeca” o “Lo que el viento se llevó”, fue el descubridor de la protagonista de la de esta noche, Jennifer Jones, desde que siendo prácticamente una niña hizo una prueba para él que no pudo finalizar por culpa de las lágrimas. El la contrató, la puso al frente de “La canción de Bernadette”, un drama sobre la aparición de la Virgen a una pastora analfabeta en Lourdes, ella ganó el Oscar y ya nunca se separaron. En el camino se quedó el pobre Robert Walker, con el que estaba casada, que no pudo soportar el divorcio, falleciendo de sobredosis a los 32 años. Para entonces, la Jones – parece mentira que ahora esté tan olvidada – era una estrella de primerísimo orden, que salía casi a candidatura al Oscar por año. Fue la ardiente Perla Chávez en el duelo al sol más pasional que se recuerda y en el que apareció por primera vez un extraño rictus altanero en sus labios que se quedó como marca de la casa. Y fue Madame Bovary y la amante euroasiática de aquel militar americano que la esperaba a menudo en la colina del adiós. Tras interpretar el complejo papel de Nicole Warren en la de esta noche, poco le quedaba por hacer en el cine. Más aún cuando su mentor y marido, varias décadas mayor que ella, falleció en 1965. Sola y olvidada por Hollywood intentó suicidarse pero superó aquel mal momento, volvió a la gran pantalla aprovechando la oleada de nostalgia de los 70 y se ganó – ya solita -, una candidatura a los Globos de Oro, y falleció a los 90 años en su casita de Malibú.

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La fama de extraordinario actor de Jason Robards, proveniente del teatro e intérprete de cabecera del dramaturgo Eugene O´Neill, le colocó en parrilla de salida para este papel deseado por tantos. Fue tan solo la tercera película de un intérprete que brilló en el drama mano a mano con los más grandes, que resultó inolvidable en los western más diversos y legendarios y que ganó el Oscar en dos ocasiones consecutivas: por interpretar como nadie habría podido hacer al escritor Dashiel Hammet, padre del detective Sam Spade, y al editor del mismísimo Washington Post, en pleno Watergate. Estuvo en activo casi hasta el final de sus días y llegó a hacerse cargo de cerca de doscientos personajes. Pero, como explicó la que fuera su esposa Lauren Bacall en sus memorias, entre lo que se bebía y las pensiones que tenía que pagar a sus cuatro esposas y a sus seis hijos nunca le sobró el dinero.

“Suave es la noche” supuso el canto de cisne cinematográfico de una de las actrices más originales del Hollywood dorado, en un papel claramente secundario, pero destacado en créditos y cartelería como si fuera principal. A Joan Fontaine, la tímida “Rebecca”, la arpía de “Nacida para el mal” sólo le quedaba un filme más por hacer: Las Brujas, una de terror para la productora Hammer, curiosa aunque totalmente risible en algunos tramos. Y es que debe ser muy difícil despegarse del estrellato cuando claramente se escapa entre los dedos. En la de hoy, para despedirse, derrocha estilo y glamur.