"Solo Dios lo sabe", una de las películas más personales y entrañables de John Huston

John Huston nos visita esta noche y así recordaremos una de sus películas más personales y entrañables: Solo Dios lo sabe.

Que es una de esas frases que se quedan ya para siempre como si de un refrán se tratara. Al estilo de La reina de África son dos los personajes que mueven la historia. Una monja y un rudo marinero que se quedan atrapados en una isla del Pacífico en plena Segunda Guerra Mundial y los japoneses andan por ahí rondando. Las aventuras están servidas y el choque de caracteres se da por supuesto. Robert Mitchum y Deborah Kerr nunca estuvieron mejor.

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Solo Dios lo sabe llegó a las vidas de cuántos en ella trabajaron en el momento perfecto. Quizá por eso resulta tan sentida y tan divertida a la vez, tan delicada y con tanta acción. Pero sobre todo es extraordinariamente entretenida. John Huston venía de filmar su gran obra épica: Moby Dick que resultó de un rodaje tan excitante como peligroso, Deborah Kerr, cantando y bailando para Yul Brynner y toda la corte de Siam, se había ganado una nueva candidatura al Oscar y Robert Mitchum disfrutaba de una inédita luna de miel con la crítica tras el triunfo personal que supuso La noche del cazador. Tres fenómenos con la maquinaria bien engrasada.

Lo primero que hubo que hacer fue sacar un guion lo más limpito posible de la novela en que se basa el filme, y que, para la época, era extraordinariamente subida de tono. Digamos que, ni la religiosa luchaba contra sus pensamientos impuros ni el vulgar cabo que se convierte en su protector cuando ambos quedan atrapados en una isla desierta, ocultaba sus intenciones sexuales. Gracias al veterano libretista John Lee Mahin, el de La isla del tesoro, lo sensual se volvió respetuoso y para todos los públicos.

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El que menos contento estaba, de entrada, era Mitchum, como siempre. Acababa de volver a casa desde Tobago, donde había filmado una de aventuras con Rita Hayworth con la que se había llevado de aquella manera, cuando le propusieron la de esta noche que se rodaría en Tobago otra vez. Calor, humedad y mosquitos peligrosos. Llegando allí se enteró de que el papel se lo habían ofrecido primero a Brando. Y se puso de morros. El primer día de rodaje, a las 9 de la mañana, ya estaba borracho en su tienda a todo aquel que era enviado para avisarle le obligaba a tomarse dos o tres chupitos de vodka con lo cual el número de borrachos se multiplicaba. Huston consiguió sacarlo de allí y subirlo a la balsa para la toma de su llegada a la isla. Y como castigo, pretextando unas cosas u otras, le tuvo al sol hasta media mañana. Cuando acabó la filmación, se miraron, se echaron a reír y desde entonces fueron inseparables. Tanto que, para Mitchum es la mejor de cuantas hizo en su dilatada carrera. Y la más difícil.

Tuvo que arrastrase por una paraje lleno de afilados corales y por una pradera de ortigas que le dejaron ensangrentado. Cuando Huston lo vio, le preguntó por qué no había dicho nada. Y el actor contestó: Trabajas, luego sufres. Tuvo que escalar palmeras, sumergirse en pantanos y hasta intentar capturar tortugas gigantes. En ésta, los chicos tuvieron una buena muestra del carácter de la dama Kerr, a la que el director agobiaba para que remara más deprisa hasta que se hartó y le comentó, elegantemente por supuesto, si pretendía que se le desollaran hasta el hueso los jodidos dedos. Para Deborah Kerr, muy alejada en la realidad de aquellos remilgados papeles que solía interpretar, el rodaje de Solo Dios lo sabe fue inolvidable por tres razones: porque enfundada en el hábito pasaba tanto calor y tenía tantos picores que había dos personas del equipo dedicadas a subírselo lo más posible y abanicarle lo que quedara expuesto entre toma y toma, porque le picó un mosquito que le transmitió el dengue y acabó en el hospital y porque tuvo que arrastrarse por este fango lleno de excrementos de cocodrilos. Y lo hizo sin rechistar, pero cuando el director le pidió que repitiera la toma, se volvió hacia él, vestido de blanco de la cabeza a los pies y le dio un cariñosísimo abrazo, al tiempo que le puso perdido de la porquería que ella portaba con su legendaria dignidad.

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Otro que se llevó un buen ejemplo de su carácter fue el enviado de la Liga Católica al rodaje, para cuidar que nada atentara contra la moralidad. El primer día le sentaron al lado del director, para contemplar como a la monja el personaje de Mitchum le daba cachetadas en el trasero y le acariciaba los senos por encima del hábito. Cuando estaba a punto de sufrir una apoplejía le desvelaron que todo había sido una broma de bienvenida. Mucho peor fue lo que ocurrió cuando, filmando el ataque de los japoneses al islote, los explosivos se descontrolaron y estallaron todos a la vez. Como se evitó lo que podría haber sido una masacre, solo Dios lo sabe.

El filme fue un enorme éxito de taquilla, obtuvo dos candidaturas al Oscar, para el guion y para la protagonista, y es de esas películas a las que no se le puede quitar la vista de encima, en la que dos personajes maravillosamente construidos e interpretados ríen y lloran, sufren y disfrutan, pelean y bailan. Vienen y van.

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Aunque cuentan que la primera vez que se echaron la vista encima ninguno de los dos pensó que haría migas con el otro, la señora Kerr y el caballero Mitchum (sólo a veces) se lo pasaron en grande trabajando juntos. Tanto, que repitieron cuatro ocasiones más, en comedias, en grande filmes como Tres vidas errantes, en la que eran un matrimonio de ovejeros en Australia y en una de las últimas apariciones de ambos, en esta ocasión, en la pequeña pantalla en Reunión en Fairborough donde retomaban en el otoño un amor juvenil.

La verdad es que hacen una pareja, por excéntrica, estupenda.

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