Diez años después, casi los mismos protagonistas. George Bush (esta vez hijo) volvía a enfrentarse al líder iraquí, Saddam Husein, en un conflicto armado. Tras los bombardeos estadounidenses en Afganistán como represalia por el 11-S, Washington acusó al régimen de Saddam de poseer armas de destrucción masiva y de mantener vínculos con Al Qaeda.
El plan de invasión de Irak produjo una crisis global, puesto que contó con multitud de detractores entre las potencias occidentales, que veían en la operación más bien motivos económicos y geopolíticos. Para la historia quedó la llamada "foto de las Azores", en la que sólo el primer ministro británico, Tony Blair, el portugués, José Manuel Durao Barroso, y el presidente español, José María Aznar, mostraron formalmente su apoyo a la intervención bélica.
La contestación también llegó a las calles, donde miles de personas se manifestaron en Madrid y otras ciudades bajo el lema "No a la guerra".