La información que llegaba a Europa sobre el ébola era confusa y lejana. Era un virus que había surgido en África central a finales de los años setenta y que resultaba mortífero: fiebre muy alta, fuertes dolores de cabeza, dolor muscular, deshidratación por diarrea y vómitos, y en muchos casos hemorragia, fallo multiorgánico y finalmente la muerte.
El problema parecía limitado al ámbito regional en el que apareció (Congo y Zambia fundamentalmente), pero las migraciones provocaron su expansión. Entre 2014 y 2016 se produjo una epidemia que afectó a toda la franja centroafricana y que causó la muerte de 11.000 personas. Entre ellas, dos misioneros españoles, Manuel García Viejo y Miguel Pajares, a quienes el Gobierno español repatrió para tratar de curarlos.
Los tratamientos experimentales no funcionaron y ambos fallecieron al poco de llegar a España. Pero todas las alarmas saltaron a primeros de octubre de 2014, cuando Teresa Romero, una de las enfermeras que había asistido a Pajares, se contagió del virus. Fue el primer caso de contagio en suelo europeo. Tras 20 días en estado muy grave, la sanitaria convertida en paciente venció a la enfermedad.