Mujeres durante 365 días y sólo uno para ser reconocidas
Historias de mujeres comprometidas con su entorno, su labor o un colectivo
Amparo Berlinches es arquitecta especialista en restauración y patrimonio. Es la actual presidenta de la asociación 'Madrid, Ciudadanía y Patrimonio' (MCYP) a la que la Justicia recientemente les ha dado la razón, tarde, tras el derribo del Taller de Precisión de Artillería (TPA) convertido ahora en un edificio de viviendas.
Berlinches ha estado al frente de MCYP durante todos estos meses en los que no se ha bajado la guardia frente al virus ni frente a la amenaza de desaparición o alteración de importantes elementos históricos y monumentales de Madrid.
Desde casa, investigando, buscando información o coordinando a otros que desde sus ventanas, balcones o en un corto paseo vigilan y controlan que algunas obras no se lleven por delante restos arqueológicos o se transforme un edificio singular en tienda de ropa o se tumbe incluso lo que figura como protegido.
Ahora, tras la "frustración" por el derribo del TPA, Berlinches pone el objetivo en las Cocheras de Metro de Cuatro Caminos, obra de Antonio Palacios (autor del Palacio de Comunicaciones, el Círculo de Bellas Artes o el Hospital de Maudes, entre otros). La presidenta de MCYP teme que se derribe uno de los edificios fundacionales del Metro de Madrid, que acaba de cumplir 100 años, por "la ignorancia oficial".
Entre el campo y la carretera
Ana Montero, tiene un marido, tres hijos, una explotación agrícola y un camión. Todo está en Villa del Prado. La huerta de esta población tiene fama y es, en parte, al trabajo de los hombres de esta tierra...y de sus mujeres. La empresa de Ana se llama Garmonte, una sociedad familiar a la que dedica muchas horas al día.
Además de llevar la casa y estar atenta a los estudios de sus hijos, se encarga de la gestión de la empresa y se hace entre 2 y 4 viajes al día desde los invernaderos a Mercamadrid. En su camión. Lo carga, lo conduce y se ocupa de las revisiones mecánicas y administrativas. Es otra de sus tareas y la asume como otra más de su familia-empresa.
Dice Ana que durante la pandemia, en lo empresarial, no lo están pasando tan mal como otros sectores. El campo, la alimentación y su distribución ha sido otro de los sectores estratégicos en la actual crisis sanitaria. Uno de sus temores recientes fue el paso de la borrasca Filomena, pero la nevada respetó las plantaciones.
Lo peor para ella, aparte de esta situación de anormalidad que vivimos, es la llegada del verano. En esa época sabe que dormirá poco, habrá mucho trabajo y prácticamente vivirá entre la huerta y la carretera.
Libros que salvan vidas
Ana Ruiz es enfermera del SUMMA 112. Fue una de las impulsoras de la biblioteca 'Resistiré' del Hospital de Ifema durante la primera ola de la Covid. Una iniciativa que recibió el premio de la Asociación de Editores de Madrid. Del contacto con los enfermos y la literatura salió 'Libros que salvan vidas', la obra de Ana que ya va por la tercera edición y que ha recibido el Premio Feel Good de Plataforma Editorial.
Esta enfermera y escritora recuerda los días pasados en Ifema entre gente contagiada, asustada y sin apenas intimidad. Y cómo ella y sus compañeros hacían frente a aquello para luego volver a sus casas, aislarse de sus familias y soportar la carga emocional. Para ella ha sido fundamental Tomás, su marido, que se encargó de casi todo en sus ausencias. "Tomás me ha cuidado para que yo pudiera cuidar a los demás", nos cuenta.
Ahora Ana trabaja en una Unidad de Asistencia Domiciliaria de Enfermería (UADE). Con un vehículo y un conductor acude a donde se precisa su labor. "No me contagiado, no he parado, estoy fuerte", afirma.
La Ciencia también es cosa de chicas
Inés Gil es investigadora. Trabaja en la División de Física de Partículas del Ciemat, el Centro de Investigaciones Energéticas Medioambientales y Tecnológicas. Su vida transcurre, entre otras cosas, detectando las piezas de la Naturaleza que no podemos ver pero que son los componentes básicos del Universo.
Este año de coronavirus ha sido un año de cambios. Para todos. Y también para su equipo de trabajo. Acostumbrados a proyectos internacionales, a viajes y presentaciones, a poder experimentar en instalaciones in situ. Muchas tareas ha habido que cancelarlas, aplazarlas y los envíos de materiales se han retrasado.
A Inés le preocupa todo esto, pero también le preocupa que no haya más mujeres jóvenes cursando estudios de ciencias exactas o ingenierías. Cree que desde pequeñas hay un sesgo que las hace decantarse por los estudios con un rol de "cuidadoras".
La falta de vocaciones le preocupa porque en el fondo, según ella, hay mensajes que hacen que las niñas se vean menos brillantes que los chicos. "Se creen inferiores no por su culpa sino porque a veces se las encasilla", nos explica.
Ya en la edad adulta, las científicas, dice Inés, son minoría en los equipos de investigación. Y si hablamos de puestos de liderazgo la representación es mínima. "Por razones históricas creen que no podemos estar dedicadas al 100% y muchos puestos se eligen a dedo, pensando que es sólo cosa de hombres. Hay una opacidad que perpetúa la norma de que no haya liderazgo de mujeres", se lamenta.
Solidaridad y feminismo
Lola Muñoz es de Carabanchel. Lo deja claro desde el principio, aunque ahora viva en el barrio de Las Águilas. Y es aquí donde Lola, junto con otras personas, está realizando una labor fundamental en estos días. Lograr que muchas familias puedan llevar alimentos y otros productos de primera necesidad a sus casas.
Lola coordina la despensa solidaria de este barrio de Latina. La iniciativa de montar el servicio vecinal surgió al ver que muchas personas cercanas lo estaban pasando muy mal. "Tenía que hacer algo, eran nuestras familias las que se iban hasta Aluche para recoger la comida de la asociación de vecinos. Nos juntamos cuatro personas y comenzamos aquí en Las Águilas", recuerda.
Además de la atención a sus dos hijos, su casa y su trabajo, Lola le dedica decenas de horas semanales a la despensa solidaria. A surtirla, organizarla y preparar todo junto con el resto de voluntarios. "A veces me digo qué hago yo metida en esto, pero luego compensa porque ves el resultado", comenta mientras piensa que todo lo iniciaron para salvar una situación de emergencia y que llevan ya casi un año.
Lola, además, nos habla de la feminización en precario que ha traído la Covid, porque son mujeres la mayoría de las voluntarias de la despensa de Las Águilas y son mujeres la inmensa mayoría de las personas que acuden a sus puertas. "Son ellas las que hacen la cola, recogen la bolsa con los alimentos y pasan la vergüenza", aclara.
La pandemia ha agudizado la situación de muchas familias y Lola tiene la referencia de que han sido muchas mujeres las primeras en perder los empleos, las que tienen más dificultades para encontrar otra ocupación y casi siempre tienen peores salarios.
Mujer, etnia y desigualdad
Lali Camacho es gitana. Su trabajo es lograr la integración social de otras mujeres gitanas. Su primer trabajo fue como administrativo en la Fundación Secretariado Gitano, pero dice que siempre ha tenido vocación de ayudar, de apoyar. Así que cuando tuvo la oportunidad de trabajar en el área social de la Fundación comenzó a formarse para ser integradora social.
Ahora mismo desarrolla el 'Programa Calí, por la Igualdad de las mujeres gitanas que están en una situación de especial vulnerabilidad. Una vulnerabilidad que parte, según Lali, de la desigualdad social. "Las mujeres gitanas se enfrentan a dos barreras, la de género por el hecho de ser mujeres, y a la de su etnia", afirma.
El antigitanismo, dice Lali, sigue muy presente en nuestra sociedad. "El rechazo en el empleo, en la formación, en el acceso a la vivienda, incluso cuando una gitana va de compras a un centro comercial se sospecha de ella", critica.
La pandemia ha golpeado a los más vulnerables. Y dice Lali que en el caso de la población gitana, con muchas personas en esta situación, resulta muy duro. "Estar confinado en una casa amplia y con la nevera llena no es lo mismo que estarlo en una vivienda que no reúne condiciones, hacinados y sin comida en la nevera", explica. Y añade que al tener que convivir varias personas en una casa pequeña el riesgo de infección aumenta.
Otra dificultad añadida es la suspensión de los mercadillos y mercados ambulantes, una de las formas de ganarse la vida este colectivo.
La falta de información sobre las medidas o dispositivos sanitarios frente al Covid tampoco llega a buena parte de la población gitana. En parte, dice Lali, porque temen acudir al centro de salud donde, en ocasiones, no reciben un buen trato a causa de los "prejuicios" que, según ella, tienen algunos trabajadores sanitarios hacia los gitanos.
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