Pablo Casado Blanco (Palencia, 1981), con 38 años, podría convertirse en el presidente más joven de la democracia, tras una carrera meteórica que le ha llevado a liderar el Partido Popular en sus horas más bajas. Lo consiguió sin estridencias, sin mucho ruido, venciendo por sorpresa la carrera de las primarias populares convocadas tras la abrupta dimisión de Mariano Rajoy como líder del partido y que dejaron las filas populares conmocionadas.
Casado aprovechó la ocasión que le brindaron las circunstancias. No había un relevo claro. Alberto Núñez Feijóo, el deseado por la mayoría, renunció a presentarse. Sí lo hicieron María Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría. Las dos mujeres con más poder en la historia del partido dieron el paso, continuando con ello, su particular guerra por hacerse con el poder definitivo. Ninguna tomó el relevo. No pudieron hacer nada contra el candidato mediático de la renovación, que prometió a la militancia una nueva refundación del partido, llenándole nuevamente de sus esencias conservadoras y liberales.
Tres años le bastaron para pasar de ser un diputado por Ávila a hacerse con las riendas de Génova 13.
Previamente, Casado se curtió como otros muchos jóvenes políticos que ahora ostentan poder en el fragor de las tertulias de los platós. Fue uno de los rostros del PP que día a día tenían que saltar al ruedo televisivo para intentar parar los golpes de los escándalos de corrupción que, día a día, manchaban la imagen del partido.
Este papel le convirtió, junto a otros jóvenes, como Andrea Levy y Javier Maroto, en elegido por Rajoy para dar un lavado de cara a la imagen del partido. En junio de 2015, tras los malos resultados electorales, le nombró vicesecretario general de Comunicación y, como portavoz de facto, multiplicó su presencia pública, pasando a ser uno sus rostros más reconocidos de los populares.
Pero antes, su carrera política tuvo en José María Aznar y Esperanza Aguirre sus primeros mentores políticos. En 2007, la expresidenta de la Comunidad de Madrid, siendo Casado presidente de Nuevas Generaciones en Madrid, y con apenas 26 años, se lo llevó a la Asamblea de Madrid. Allí debutaría como diputado.
Su paso por la cámara madrileña duraría poco. En 2009, apenas dos años después, el expresidente de Gobierno José María Aznar le ficharía como su director de gabinete. A su sombra pasó tres años. En 2015, Aznar diría de Casado: "Si alguna vez me tiene que renovar alguien, que me renueve Casado, que es un tipo estupendo". La predicción se cumplió.
Con el paso del tiempo, Casado ha demostrado, con palabras y hechos, que la influencia de ambos políticos vas más allá de un simple apadrinamiento. El líder popular ha hecho suyas las señas de identidad del aznarismo y aguirrismo, dando pasos desde el primer momento hacia la refundación del centro derecha bajo los principios liberal conservadores. Y lo ha hecho, con el objetivo puesto en recuperar a los votantes desencantados que alimentan ahora las cuentas electorales de Ciudadanos y Vox. Eso sí, consciente, de que necesitará a ambas formaciones si quiere llegar La Moncloa.
Una refundación que quiere hacer con la ideología como masa madre. Esa es su apuesta. Un rearme ideológico del partido y una vuelta a sus principios originarios, como puso de manifiesto ya el pasado enero en su primera Convencional Nacional del Partido, donde volvió a dar muestras de la gran capacidad oratoria que le caracteriza, siendo capaz en cualquier escenario de hilvanar discursos sin tener delante papel alguno.
Un rearme ideológico puesto ya de manifiesto en el argumentario popular de los últimos meses, en el que se vuelve a hablar sin complejo alguno, como señala el propio Casado, de asuntos siempre espinosos, como la emigración, Cataluña, la familia o el aborto. Asuntos que Casado ha incorporado con beligerancia a su discurso, donde el liberalismo casi aparece, en pensamiento y obra, como único referente. De hecho, si algo confiesa, es que es "un liberal-conservadory a mucha honra”.
Y con ese ADN en la sangre, ha conformado sus equipos orgánicos y listas electorales. El nuevo líder se ha rodeado de fieles a su ideario y, en sus filas, apenas queda ya representación alguna de los llamados sorayistas, perdedores de la batalla ideológica popular que supuso, apenas hace un año, su ascenso al poder. Una renovación que muchos tachaban de extrema.
El resultado no fue bueno en las elecciones del 28 de abril, como él mismo reconoció. Por ello, el tono se ha suavizado más en los últimos meses, aunque nunca sin perder el tono crítico y con cierta contundencia. Y su cambio de estilo, con barba y sin lucir un afeitado constante, nos dice que su mochila electoral ya ha vivido una experiencia y busca una nueva oportunidad para resarcirse.
Con ello, si las urnas lo deciden el 10-N y los pactos poselectorales lo permiten, llegaría a la Moncloa, convirtiéndose en el presidente del Gobierno más joven de la democracia en España. Lo haría con 38 años. Felipe González, el más joven, hasta el momento, ocupó el puesto con 40 años.
Su perfil académico nos dice además que es abogado y economista, títulos que adorna además con varios máster, algunos de ellos, públicamente cuestionados, le han ocasionado algún dolor de cabeza, aunque finalmente el Supremo rechazó su particular 'caso máster'. Habla inglés y francés; cuenta con estudios de solfeo, de lo que hizo gala en El Hormiguero de Pablo Motos tocando el bajo. Hombre familiar, está casado con Isabel Torres Orts. Tiene dos hijos.