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La actriz Ángela Molina, Medalla de Oro de la Academia del Cine por sus cuarenta años de carrera cinematográfica, ha reiterado tantas veces como ha agradecido su premio que "lo más importante" y lo que le hace estar más orgullosa de su trabajo son sus compañeros de profesión.

"No me lo esperaba, ha sido una sorpresa, un honor", ha afirmado la madrileña en una entrevista con Efe, aunque de inmediato ha apuntado que "el premio más gratificante es el trabajo que amamos y que compartimos con los compañeros: esa es nuestra vida".

A gusto consigo misma, y "tan espiritual como la vida", la actriz argumenta que el amor es lo que le ha hecho ser actriz y que, "sin la ilusión del público, este trabajo no sería tan sagrado como yo lo concibo".

Entiende que no hay fórmula para triunfar en la vida e insiste en su idea de que "estamos solas las personas para encontrarnos y darnos lo mejor, identificarnos siempre, existir juntos".

ORGULLOSA

"Lo más importante, lo que me hace estar más orgullosa de mi trabajo, han sido mis compañeros de profesión", asevera.

Y ha trabajado con los mejores: de Jaime Chávarri a Pedro Almodóvar, Fernando Colomo, Jaime Camino, José Luis Borau, Manuel Gutiérrez Aragón, Giuseppe Tornatore y los hermanos Taviani; o debutantes prometedores, como Paco Cabezas ("Carne de neón", 2010), hasta consagrados, como Luis Buñuel, en "Ese oscuro objeto del deseo" (1977), que logró dos nominaciones al Óscar.

"Todo el mundo entiende que Buñuel, que rompió las fronteras de mi vida y mi trabajo, es de todos el que está más en todas partes, por el genio y por la obra tan excelsa y amada que nos ha dejado, tan revolucionaria en el sentido de la verdad y de la libertad", aunque insiste en que ella juega "con toda la baraja".

Cada compañero, director, actor y técnico es "uno por uno, único, y todos ellos, imprescindibles. Lo tengo clarísimo".

Pero en su vida hay dos personas excepcionales: su padre y su madre.

"Sin su amor, yo no estaría aquí. Ellos son también la fuente de cualquier cosa que pueda hacer por, para y con los demás", explica.

Desde su debut a los diecisiete años ("me acuerdo de que estaba haciendo COU", dice), la madrileña, hija, hermana y madre de artistas, ha conseguido atesorar una veintena de premios, desde la Medalla al Mérito en las Bellas Artes (2002), a la Concha de Plata o el David de Donatello, además de cinco nominaciones a los Goya.

LLORÓ CON BLANCANIEVES

"Lloré mucho por culpa de 'Blancanieves' (su última nominación como mejor actriz secundaria). Entonces tuve que pedir a Dios que la vanidad no me llevase a desear premios", recuerda.

"Le di las gracias por el trabajo de todos, el mío incluido", reconoce, y añade en voz baja: "El Goya tenía que haber sido para todas las mujeres de la película".

Se guarda algún secreto que otro, "en realidad, cosas sin importancia que podría haber hecho mejor", apunta, aunque en este tiempo pasado se ha dado cuenta de que "las pequeñas cosas hay que cuidarlas como si fueran las más importantes".

Acaba de cumplir 58 años, y todo el mundo lo sabe, porque ni su cara ni su pelo lo disimulan: ni un tinte, ni un "lifting". "Es que no tengo mucho tiempo de pensar en nada de eso", se ríe, con una blanquísima sonrisa.

Y añade que "esto no tiene ningún mérito", sólo se ve envejecer a través de los personajes que va haciendo. "Me estoy especializando en personajes sin edad, y en los de abuela, que también lo soy", señala sin mayor preocupación.

"Me siento bien y feliz de poder estar aquí en este momento tan especial de mi vida", resume.

Aunque suena complicado, porque la actriz lleva las cuentas de 147 películas a sus espaldas, tanto en España como en Francia, Italia y Latinoamérica, y asegura que siempre ha elegido lo que hacía.

Esta noche, en una fiesta, Ángela Molina recibirá oficialmente su redondo premio, una medalla dorada que dedicará a su pequeña hija María.