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Tal día como hoy hace 30 años el toreo perdía a uno de sus máximos exponentes, Francisco Rivera Paquirri, que moría tras las complicaciones derivadas de la gravísima cornada sufrida por el toro Avispado, de la ganadería de Sayalero y Bandrés, en la cordobesa plaza de Pozoblanco.

El mundo del toro quedó huérfano, sumido en un shock que, a día de hoy, sigue removiendo al aficionado y amante de la fiesta taurina, que recuerda las últimas palabras del torero de Zahara de los Atunes (Cádiz), ya herido de muerte, dirigiéndose al doctor en la modesta enfermería de la plaza de Pozoblanco, el cirujano Eliseo Morán.

"Doctor, yo quiero hablar con usted, porque, si no, no me voy a quedar tranquilo. La cornada es fuerte. Tiene al menos dos trayectorias. Una para allá y otra para acá. Abra todo lo que tenga que abrir, y lo demás está en sus manos". Éstas fueron las últimas palabras de Paquirri y la última imagen antes de fallecer horas después en el quirófano de un hospital militar de Córdoba capital.

La muerte de Paquirri se debió, fundamentalmente, a una serie de infortunios o calamidades, que tuvieron su inicio en lo poco preparada que estaba en aquellos tiempos la enfermería de aquella plaza para tratar este tipo de cornadas, aunque también resultó trágico su traslado a Córdoba, más de hora y media de viaje por una carretera de mala muerte, con el ocaso del sol como testigo.

Pero, a su llegada al hospital poco pudieron hacer los médicos por su vida, nada más que confirmar la hora de su muerte, las 21:40 horas de aquel 26 de septiembre de 1984, un día que ya forma parte de las páginas más tristes y dolorosas de la historia de la tauromaquia moderna.

El galimatías de aquella trágica tarde sigue aún presente en la mente de muchísimas personalidades cercanas a Francisco Rivera, como en la del doctor Ramón Vila, el otrora cirujano jefe de la Maestranza sevillana, quien llegó a decir en su día que "a toro pasado todo el mundo es valiente", aunque "si hubiera sido en otro sitio y con más medios...".

La muerte de Paquirri guarda además el oscuro misterio de lo que, posteriormente, significó aquel cartel maldito de Pozoblanco, en el que los otros dos alternantes, el Yiyo y el Soro fueron asimismo desafortunados protagonistas, pues el primero murió a causa de una cornada un año después en Colmenar Viejo (Madrid), y el otro sufrió una grave lesión, que le apartó de los ruedos durante 20 años.

Mal bajío, que diría un andaluz, o el colmo del mal fario. Tres toreros, cuyas vidas quedaron sentenciadas en Pozoblanco, como la del ganadero de Sayalero y Bandrés, Juan Luis Bandrés, asesinado por un antiguo empleado en 1988, o la de algunos miembros de la cuadrilla de Paquirri, que fallecieron también de forma trágica en varios accidentes de tráfico.

Treinta años después, el toreo aún sigue llorando a Paquirri, un hombre de apariencia ruda y campera, suavizada por aquella mirada cristalina que brotaba de sus ojos azules y de su eterna sonrisa, y que en el ruedo desprendía raza y valentía, poseedor de un poderoso concepto que le llevó a triunfar en todas las plazas y ferias de los dos continentes con tradición taurina, un gran figurón del toreo.

Su recuerdo está aún muy presente gracias a todo lo que representó en el universo taurómaco y también por la herencia familiar que dejó, pues, de sus tres hijos, dos están muy ligados al mundo de los toros, Francisco y Cayetano Rivera Ordóñez, y también su sobrino, José Antonio Canales Rivera, hijo de su hermana Teresa, sus tres herederos en los ruedos.