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Jóvenes cineastas latinoamericanos aportan nuevas miradas de las dictaduras y los conflictos armados que sufrieron varios países de la región a través de documentales que hurgan en sus propias historias familiares.

Lejos de olvidar la violencia que predominó en Centro y Sudamérica durante la segunda mitad del siglo XX, haber nacido en época de paz dejó una marca en estos directores que les llevó a usar el cine como una herramienta para reflejar "el dolor" que aún existe en sus países.

"A nosotros nos enseñaron la guerra desde los libros, pero la guerra íntima, dentro de las familias, esas no las sabemos. Somos una generación en Guatemala, Belice, El Salvador y en toda Centroamérica que está explorando todo eso", dice a Efe Marcela Orozco, directora del documental "Los ofendidos".

El largometraje, presentado en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara (FICG), cuenta la historia de las víctimas de la guerra civil de El Salvador entre las fuerzas armadas del Gobierno de Alfredo Cristiani y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).

Una de esas víctimas fue su padre, Rubén Zamora, un político que ayudó a negociar los acuerdos de paz, pero que fue torturado por su simpatía con la guerrilla.

Hasta la llegada de este documental, prevalecía "una zona de silencio" entre las familias de las víctimas salvadoreñas y una generación que tenía "desordenados los recuerdos y las ideas", señala la realizadora, de 35 años.

"Es romper la vergüenza, el miedo, y entender que va a ser difícil lo que vas a escuchar, pero que luego vas a reparar" el daño, expresa.

La chilena Lissette Orozco encontró en la historia de su familia un reflejo de la "polarizada" sociedad de su país, que tras el fin de la dictadura de Augusto Pinochet en 1990 se ha dividido en dos bandos: los defensores de las víctimas de la represión y la desaparición forzada y aquellos que reivindican al general.

Con apenas 30 años, Orozco dirigió "El pacto de Adriana", en el que indaga cómo una tía participó en la desaparición de personas desde su puesto de secretaria de Manuel Contreras, director de la Dirección Nacional de Inteligencia.

Chile "es un país muy dividido y a la vez herido, porque tu vas a la farmacia y te puedes encontrar con el torturador de tu papá, o con quien hizo desaparecer a tu tío", comenta.

"Esta herida está tan abierta porque nunca existió verdad, nunca existió justicia", sostiene.

Al hacer esta película, cuenta, su intención era cuestionar por qué no se habla de este tema y no se cierra una herida que "pasa de generación en generación".

"Por nacer en la generación del no miedo me hicieron hacer esta película, eso me da la valentía de hacerla, aunque también tengo miedo" de lo que me pueda pasar, admite.

Su compatriota Andrés Lübbert, realizador del documental "El color del camaleón", coincide en que su generación heredó el trauma de sus papás por no hablar, algo que "se repite en muchos conflictos" de Latinoamérica.

El cineasta nació en Bélgica tras el exilio de su padre, Jorge Lübbert, un fotógrafo de guerra que en su juventud "fue obligado" por el régimen de Pinochet a trabajar como agente secreto contra los comunistas y disidentes.

Para este joven de 30 años, el arte es una forma de "sanar a la sociedad" desde las experiencias de familia, para lograr la reparación de las víctimas de la represión.

Las tres películas compiten en la categoría de Largometraje Iberoamericano Documental del FICG, que concluye este viernes con la entrega de los premios Mayahuel y la ceremonia de clausura.