Ángel Jarne en su librería | Pablo Alvira Fuertes
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Los atascos en Madrid los días de lluvia suelen parecer eternos. Y más si es septiembre. Con las gafas medio empañadas del vaho y la chaqueta con algunas gotas de agua Ángel Jarne abre Multilibro, la librería que regenta en el número 69 de la calle Fernando el Católico. Un discreto establecimiento en el madrileño barrio de Chamberí que cuenta con los dedos de las dos manos las veces que ha estado a punto de echar el cierre. Cuando las series parecen ganarle el terreno a los libros siempre hay una librería que resiste como David contra Golliat. Y más si son de segunda mano.

Entre obras de autores ilustres aunque nada que ver entre ellos como Antón Makarenko, Vasili Grossman, Paloma Sánchez-Garnica o Federico Moccia, el librero confiesa que a él lo que realmente le apasiona es la música clásica contemporánea. Como no le daba para ganarse la vida metió la cabeza en el mundo de las antigüedades. Iba por los mercadillos vendiendo hasta que decidió dar el salto a las librerías. Tiene su web en internet donde vende ejemplares "más específicos y especializados" mientras que en el local vende más barato "aunque son iguales de buenos".

Ángel Jarne en su mostrador rodeado de libros | Pablo Alvira Fuertes

Sin embargo, la decadencia de las librerías es evidente. "No he notado eso de que con la pandemia la gente lee más", subraya Jarne. Hace 16 años que abrió las puertas de su local y asegura que vende un 65% menos que en 2010. En aquél año, coincidiendo con la crisis, tuvo su "época dorada". Ahora, se esconde detrás de una montaña de libros como tratando de evitar a 'la peste' que merodea Chamberí y se llevó por delante a "quince librerías en tres manzanas del barrio". "Hay más de amor que de negocio. Si el local no fuera mío hace años que habría cerrado, pero yo es que me lo paso pipa", añade.

Es paradójico pero parece que el mayor problema del sector del libro es el exceso de novedades. Según un estudio presentado este año en el XXV Congreso de las Librerías, asegura que el 86% de los títulos que se ofrecen venden menos de 50 ejemplares al año. Además, destaca que solo el 0,1% de los títulos vende más de 3.000. En la investigación señalan que el elevado número de libros nuevos impiden que se mantengan el tiempo medio necesario para ser vendidos. "También hay una sobreoferta de libro usado y viejo que la gente se desprende de ellos y no se le da otra vida", lamenta el librero.

Montones de libros que parecen tesoros

Reconoce Jarne que su librería tiene un componente lúdico muy importante porque "no sabes qué te vas a encontrar". Los libros entran y salen, no se catalogan. "A la gente le encantan los montones que hay en el suelo. Creen que ahí hay tesoros. Como cuando en los centros comerciales ponen un cesto con un montón de libros en rebajas y no puedes meter la cabeza de la gente que hay rodeándolo. Pero lo cierto es que cuando llego a los libros más difíciles los dejo en el suelo", explica.

"Si el local no fuera mío hace años que habría cerrado, pero yo es que me lo paso pipa"

Dentro del aparente desorden y rodeado de títulos, el librero mantiene fija la mirada tras sus gafas. La mitad de las estanterías pertenecen a narrativa española, universal y latinoamericana. Aunque nunca ofrezca novedades tiene clientes fieles "a los que no les importa leerse una antigua versión de Delibes, Dumas o Tolstoi, porque la van a disfrutar igual". Las materias que no se quedan obsoletas, matemáticas e historia, permiten poner unos precios más considerables. "Para mí, vender un libro de 18 euros es un milagro", confiesa.

La maravilla de estos ejemplares es que dentro de ellos puedes encontrarte anotaciones a lápiz e incluso postales a modo de marcapáginas. Una de ellas, dentro de 'Desayuno en Tiffany's' de Truman Capote, remite desde Hong-Kong donde dos familiares escriben sobre sus vacaciones en la ciudad china. El olor a libro antiguo y el de la humedad de la lluvia se mezclan en la librería de Jarne y llegan hasta lo más profundo del establecimiento. Enciclopedias con las portadas desgastadas, guías turísticas sobre los Pirineos, libros de idiomas, ficción, novelas y poemarios, entre otros, completan el resto de las estanterías.

El librero al lado de la estantería de narrativa | Pablo Alvira Fuertes

Como músico, a Jarne le llama especialmente el rincón dedicado a la música. "Cuando empecé quería hacer una librería especializada en alguna materia. Tampoco quería poner libros dedicados a la religión. A los tres meses supe que mi librería no iba a ser técnica y que iba a tener una estantería con libros dedicados a las religiones. Hay que tener la cintura ágil para adaptarse a lo que viene", concluye. Aunque siga colgando carteles de 'liquidación' o 'se alquila', Ángel Jarne sigue hasta el momento abriendo las puertas de su librería, cuyo valor está más allá de sus cuatro paredes.