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El torrente de éxitos que ha obtenido en cada década de su trayectoria no le amedrenta. A sus 73 años, Raphael, el divo clásico al que le gusta mezclarse con los indies, se resiste a vivir de la rentas y destaca una de sus grandes bazas: "hay mucha gente que se parece a mí pero yo no me parezco a nadie".

"No soy nostálgico. Siempre estoy pensando en el mañana. Nunca digo ayer hice esto, porque lo que hice hecho está y nada que lamentar", cuenta a Efe el camaleónico cantante español en Buenos Aires, donde este miércoles finalizará la enésima gira de su carrera, con la que durante casi dos años ha repasado sus canciones acompañado de orquestas sinfónicas.

60 AÑOS EN LOS ESCENARIOS

Camino de cumplir seis décadas sobre el escenario, Rafael Martos (Linares, Jaén, 1943), la voz de "Yo soy aquél" (1966), Digan lo que digan (1967), Qué sabe nadie (1981) o Escándalo (1992), analiza cómo su ayer y su hoy se dan la mano al tiempo que se alza como referente de multitud de jóvenes artistas.

"El tener tantas joyas de la corona -en referencia a sus viejos éxitos- está muy bien porque es un seguro de vida, pero hay que estar siempre haciendo cosas nuevas, porque salen compositores de otra manera que sus letras, aunque quieran decir lo mismo, usan otro lenguaje, otra forma de comunicarse", reconoce. "En el camino que sea nuevo, allí estaré yo... seguro", recalca.

Algo que demuestra en Infinitos bailes (2016), su último disco, en el que da voz a composiciones de Dani Martín, Enrique Bunbury, Iván Ferreiro, Mikel Izal y Vanesa Martín, algunos conocidos por formar parte del circuito indie.

"Me hizo mucha gracia cuando empezó esto del indie... Yo he sido indie toda mi vida. Indie es independiente. Jamás he sido dirigido, siempre he hecho lo que he querido hacer", recalca un Raphael que asegura que no ha buscado acercarse a la gente joven, sino que ha sido esta la que ha dado siempre "el primer paso" de llegar hasta él.

SU MOMENTO MÁS FELIZ

Ubica el momento más feliz de su carrera en el día que dio su primer concierto en el madrileño Teatro de la Zarzuela (en 1965, con 22 años), y define como lo "más surrealista" que en el fútbol canten sus temas, principalmente su archiconocida versión de Mi gran noche (1967).

Y considera sin falsa modestia que por la música en español ha hecho "algo, por lo menos diferente", ya que a su juicio si bien "hay mucha gente" que se parece a él... él no se parece a nadie. Es por ello que se muestra tajante cuando se le consulta por su infinidad de imitadores.

"Imitar es dificilísimo. Todos con toda su mejor intención van a la parodia. Pero una persona que te parodie no te esta imitando, está provocando cosas para la risa", señala un animal escénico que ha puesto en pie a rusos, japoneses o estadounidenses, ha ido a Eurovisión en dos ocasiones y es de los pocos en tener un disco de uranio por sus millonarias ventas.

DESTILA JUVENTUD

Con camisa de cuadros por fuera y cazadora y pantalones vaqueros, Raphael destila juventud por los cuatro costados. Lejos de la coquetería, bromea diciendo que es mucho más joven que lo que su DNI muestra, por la edad que hoy tendría el donante que hace casi tres lustros le cambió la vida.

"Antes me llevaba un berrinche por cualquier cosa. Ahora no", confiesa al recordar lo que supuso el trasplante de hígado que en 2003 le hizo abrir una etapa que le ha enseñado "más que toda la anterior". Autodefinido como "optimista por naturaleza", asume que aquel difícil capítulo, que casi le cuesta la vida, le permite afrontar ahora una hiperactiva carrera y mantener una potente voz poco menos que inusual para un septuagenario.

"Ten en cuenta que me han puesto un motor nuevo. Tengo toda la sabiduría de un artista que lleva mucho tiempo pero la fuerza de un pegaso. Y eso es lo que los demás no tienen", argumenta.

Una vez culmine la gira Sinphónico, el de Linares no descansará, ya que en abril emprenderá una nueva con el nombre Loco por cantar que, con un aire más rock, estará destinada a presentar su último álbum por España.

Como guinda a la charla, elude responder a cómo le gustaría ser recordado. "¿Tú crees que se van a acordar de mí?", concluye sonriendo.