Solo Paco Ureña, con dispar acierto, saca jugo de la buena corrida de Cuvillo
El murciano Paco Ureña, que entró en el cartel en sustitución de Antonio Ferrera y acabó cortando una oreja, fue el único diestro de la terna que aprovechó, aun con dispares aciertos, el buen juego que ofreció la buena corrida de Núñez del Cuvillo lidiada hoy en Las Ventas.
FICHA DEL FESTEJO:
Seis toros de Núñez del Cuvillo, bien presentados aunque variados de hechuras. Salvo el desrazado segundo y el feo y áspero quinto, los otros cuatro dieron muy buen juego, en mayor o menor grado. Y en especial el tercero, justo de fuerzas y de gran clase.
Sebastián Castella, de coral y oro: estocada trasera desprendida (silencio tras aviso); estocada tendida (silencio tras aviso).
Paco Ureña, de caña y oro, que sustituía a Antonio Ferrera: estocada caída delantera (oreja tras aviso); estocada baja delantera y descabello (ovación tras aviso).
Luis David Adame, de blanco y oro, que confirmaba alternativa: estocada caída (palmas); dos pinchazos y media estocada desprendida (ovación).
Adame confirmó doctorado con el toro "Esparraguero", nº 50, negro listón, de 513 kilos.
Entre las cuadrillas, saludaron en banderillas Rafael Viotti, Vicente Herrera y Miguel Martín.
Quinto festejo de la feria de Otoño, con tres cuartos de entrada (16.847 espectadores, según la empresa), en tarde calurosa.
TEMPLE Y ARROJO
Hubo toros en la corrida de Núñez del Cuvillo para mucho más que esa solitaria oreja que paseó hoy Paco Ureña por el ruedo de Las Ventas, o la que luego perdió por no medir con más cabeza su derroche de arrojo ante el áspero quinto.
Casi todos esos notables ejemplares se fueron sin cuajar al desolladero, básicamente, por una cuestión de concepto taurino, el de unos toreros más enfocados a asegurarse en los cites y en los embroques de los pases que en apurar y llevar sometidas las nobles y largas embestidas de los cuvillo.
Le sucedió incluso al mismo Ureña, que, a pesar de la oreja cortada, aprovechó pero no llegó a exprimir toda la gran calidad del tercero, un toro al que se protestó por sus medidas fuerzas pero que tuvo muchas, muy templadas y profundas arrancadas tras la muleta.
El murciano le planteó la faena directamente en los medios y echándose la muleta a la izquierda sin probaturas, como requería la ocasión, para abrir así una sucesión de pases en los que aciertos y desaciertos se repartieron por igual y sin una estrategia coherente.
A veces a compás abierto, otras a pies juntos, ora citando de largo, ora en corto, bajando la mano o llevándole a media altura, Ureña buscó el acople y el temple de muy distintas maneras y lo encontró en los momentos suficientes como para que el público de Madrid, a favor de obra, le diera esa única oreja de la tarde.
Mayor mérito tuvo, en cambio, su empeño con el quinto, un feo y áspero cuvillo que se defendió siempre con violentos cabezazos que no llegaron a amilanar a Ureña, que, en un derroche de arrojo y firmeza, rematando los pases por debajo de la pala del pitón, acabó por aplacar esa violencia e incluso logró una soberbia serie de cinco naturales como cénit del esfuerzo y símbolo de su victoria.
Pero, probablemente con la intención de asegurarse la salida a hombros, Ureña cometió a partir de ese momento el error de alargar una faena que ya estaba hecha, sin nada más que sacar de un toro que no tenía ya nada que ofrecer.
Y del mérito indudable se pasó a una última y sobrante fase de barullo en la que el murciano incluso fue volteado por un animal negado y que aún le prendió por el pecho cuando se volcó desesperadamente al entrarle a matar, cuando los ánimos del tendido ya se habían enfriado.
El lote de juego más parejo fue el del mexicano Luis David Adame, que confirmaba su alternativa en Madrid un año después de doctorarse en la plaza francesa de Nimes. No le faltó decisión al joven torero azteca en la efeméride, pero los aficionados le afearon las ventajas ténicas que se tomó con el noble y obediente toro de la ceremonia.
Le faltó a Adame ese mayor compromiso que, ya a tarde vencida, tuvo con el sexto, otro toro de buen aunque medido juego con el que se entregó muy decidido, para acabar metiéndose entre los pitones antes de fallar con la espada.
Y si Sebastián Castella se alargó demasiado y sin sentido con el desrazado segundo, peor imagen dio con el cuarto, otro "cuvillo" de bravas, entregadas y repetidas embestidas al que propinó decenas de muletazos anodinos y destemplados, sin que por ello mermara la gran clase del animal.
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