El Teatro Real se sobrepone en tierra firme a la maldición de 'Rusalka'
Antonín Dvorák pasó horas a la orilla de un lago solitario para componer "Rusalka", la ópera de su ninfa marina. En su retorno al Teatro Real esta noche, el elemento acuático ha desaparecido en favor de un relato con el acento en la división de clases y el poder redentor del perdón, aunque la maldición de la historia se haya intentado cebar con el estreno.
Con un protagonista lesionado desde el arranque, el recuerdo del accidentado inicio de "Un ballo in maschera" ha hecho pensar a los asistentes que el coliseo madrileño podría estar gafado también hoy, especialmente cuando una indisposición del maestro Ivor Bolton le ha obligado a suspender la representación justo antes del tramo final. Recuperado a los pocos minutos, todo ha seguido como se esperaba.
Y eso que lo más peliagudo de esta producción parecía la decisión del escenógrafo alemán Christof Loy de sustituir el fondo marino desde donde la protagonista envidia el mundo de los humanos por un majestuoso teatro abandonado que, en cuanto lugar de ensoñación, es también juego, pesadilla y no más que un reflejo de la realidad.
Rusalka no es allí una sirena como la del cuento de Hans Christian Andersen (que bebe del mismo mito que está ópera), sino una bailarina tullida y atrapada que sacrifica su voz y sus valores familiares por salir al mundo real a conocer el amor de un hombre de clase superior... con funestas consecuencias.
Pieza fundamental del repertorio checo y de la historia de la ópera en general, nadie se explica por qué ha tenido que pasar prácticamente un siglo desde la última representación en España en 1924, pero esta relectura ha gustado al público madrileño, que lo ha recibido con aplausos, casi tantos como para su ninfa, la soprano lituana Asmik Grigorian, sobresaliente al lado del tenor estadounidense Eric Cutler como el príncipe del que se enamora.
Junto a ellos, cabe destacar el trabajo de Maxim Kuzmin-Karavaev (Vodnik), Katarina Dalayman (Jezibaba) y Karita Mattila (como la princesa extranjera), en esta producción propia elaborada con otras óperas como el Gran Teatre del Liceu de Barcelona y el Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia, en los que recalará tras su paso por Madrid, donde permanecerá 9 funciones más hasta el 27 de noviembre.
Estrenada originalmente en 1901, "Rusalka" fue la penúltima de las once óperas que compuso Dvorák (1841-1904). Lo hizo a partir del libreto de Jaroslav Kvapil y en ella quiso ensalzar el carácter checo, engarzado con el influjo que Wagner había despertado en él por entonces.
Aquello, que dio lugar a una partitura de gran lirismo y delicadeza por un lado y a pasajes orquestales de gran potencia por otro, ha obligado a sus intérpretes actuales a darlo todo, por ejemplo a su tenor principal, quien ha salido a escena con muletas y recién operado del talón de Aquiles.
Pablo Casado, Mario Vargas-Llosa e Isabel Preysler han sido algunos de los insignes espectadores de este estreno que, por causa de la covid-19, tenía limitado su aforo máximo al 66 por ciento de la ocupación total en todas las zonas y que por algunas renuncias de abonados a última hora ha dejado la asistencia final en un 60 %, según la organización.
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