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El influjo del mito de Beethoven ha traspasado la música y las fronteras para instalarse en el inconsciente popular como referencia de genialidad universal, según una exposición inaugurada hoy en París que señala que ese ascendiente ha tocado a figuras globales como Snoopy, Stanley Kubrick, las hamburguesas de McDonald's o Lenin.

A través de manuscritos, esculturas, proyecciones, reliquias y mucha música, la exposición "Ludwig Van", en la Philharmonie de París hasta el 29 de enero, recoge la huella y la dimensión mítica del compositor alemán (1770-1827).

La historia de la excepcional posteridad de Beethoven comienza con su muerte, aquel fue el "año 0 de la modernidad", dijo uno de los dos comisarios de la exposición, Colin Lemoine.

El 26 de marzo de 1827 a las 17.45 se inició un duelo colectivo en toda Europa, al que seguiría un funeral de pompa como pocos.

"Jamás un emperador de Austria tuvo unas exequias como las de Beethoven", escribiría el Nobel francés Romain Rolland en "Las grandes épocas creadoras" (1945).

Desde entonces, su máscara mortuoria -algo habitual en la época- y la que se hizo de él en vida son el "tótem" de numerosos artistas que acuden a ella cuando la inspiración falta, explicó Lemoine.

Exponenciado por ambas máscaras, su influjo en la escultura se tradujo en incontables bustos, algunos de ellos firmados por Auguste Rodin o por Antoine Bourdelle, que versionó la cabeza del alemán hasta la extenuación.

Apenas tres años después de su muerte, el compositor era ya un "profeta" y el culto a los grandes hombres, tendencia en el siglo XIX, terminó por sacralizar su figura en forma de litografías de un Beethoven con corona de espinas o en la cuna rodeado como si de un Belén se tratase.

Pronto la devoción a su persona se articuló en el fetichismo que despertaron sus reliquias y el peregrinaje que todavía hoy se hace a sus residencias en Bonn, donde nació, y Viena, donde residió la mayor parte de su vida.

Filtrados por el tiempo, los acontecimientos de su vida fueron deformados y amplificados, dando forma a un nuevo Beethoven, que ha pasado a encarnar, lejos de la realidad, al artista trágico, solitario y melancólico.

El alcance del mito se ve reflejado en el interés que despiertan cada uno de los eventos que jalonaron su vida y muerte.

Franz Liszt (1811-1866) compuso una cantata para la inauguración del primer monumento en su honor, erigido en Bonn, a la que seguirían un número envidiable de ciudades -la muestra sola cuenta setenta-.

Su sordera, cuya causa se desconoce aún, es hoy en día elemento de investigación de científicos estadounidenses, contó la comisaria Marie-Pauline Martin.

Las celebraciones del bicentenario de su nacimiento, en 1971, lo volvieron a poner de moda.

Sus obras protagonizaron anuncios televisivos de hamburguesas y chocolates o películas de Stanley Kubrik ("La naranja mecánica", 1971) o Luchino Visconti ("Muerte en Venecia", 1971). Sus piezas más conocidas se versionaron y vendieron miles de copias, para gloria de un entonces desconocido Miguel Ríos.

Sin embargo, más allá de la emoción estética, la energía de su música libera sobre todo una conciencia humana y política.

Sus obras fueron instrumentalizadas por la Alemania nazi, que bautizaron una de sus armas aéreas como "Sistema Beethoven", y utilizadas como sinónimo de victoria en lenguaje morse por los Aliados.

También eran temidas por Vladímir Ilisch Ulianov, Lenin, que rehuía la fascinación que la sonata para piano "Appassionata" despertaba en él, "porque era incompatible con la misión revolucionaria", explicó Martin.

Señal inequívoca de su dimensión humana fue la interpretación de su Sinfonía "Heroica", durante el homenaje a las víctimas de los atentados del pasado 13 de noviembre en París.

"Podían haber elegido a Claude Debussy o a otro compositor francés, pero eligieron a Beethoven", dijo Martin, "lo que demuestra que es un genio apátrida, un genio universal y que todas las ideologías pueden encontrarse en él".

Solo dos semanas después en Maguncia (Alemania), se celebró una manifestación de ultraderecha a las puertas de la Ópera de la ciudad. Para tratar de apagar sus soflamas xenófobas, el coro de la ópera salió a los balcones del edificio y entonó el Himno de la Alegría.