Robin Williams encara, en sus propias palabras, uno de los momentos más felices de su vida. Tras el doloroso divorcio de Marsha Garces, su esposa de muchos años, superar una operación a corazón abierto y diversas adicciones, parece haber encontrado el rumbo.
Se acaba de casar y se declara encantado de la vida. Su último trabajo es poner dos de sus múltiples voces a dos personajes de la saga Happy feet. Un buen motivo para charlar en Londres durante la presentación de la película y comprobar, como nos temíamos, que cualquier cuestionario previsto es una tarea inútil ante la desbocada presencia de un personaje cuya cerebro parece circular a una velocidad mayor que la de la mayoría de sus colegas.
Así, de pingüinos y voces acabamos hablando del cine danés, del movimiento Dogma, y del cambio climático aplicado a su propio cuerpo. Descacharrante e impredecible.