El tatuaje se instala en el Museo de las Civilizaciones de París
La práctica ancestral de grabarse el cuerpo con fines punitivos, rituales o decorativos, que durante milenios se ha extendido por los cuatro puntos cardinales, se coloca bajo la lupa del Museo del Quai Branly en Tatuadores, tatuados, la muestra más larga programada nunca en ese templo de la etnología.
"Es un arte, puede que menor, y un fenómeno increíble del diálogo entre culturas", explica en la inauguración el presidente del Museo del Quai Branly, Stéphane Martin, un alto funcionario francés que luce traje y corbata y evita descubrir ante las cámaras los tatuajes que tiñen su propia piel.
Para la exposición, que puede visitarse desde hoy y hasta octubre de 2015, el museo ha contado como comisarios con Anne & Julien, dos creativos polivalentes especialistas de la cultura popular y fundadores de la revista "Hey!", que han concebido un "árbol genealógico" de las tendencias que imperan actualmente en la escena del tatuaje y que se remontan, al menos, 5.000 años.
Así lo atestigua el descubrimiento en 1991 del hombre de hielo de Ötzi, que murió congelado en la Edad de Bronce en lo que hoy conocemos como los Alpes italianos, con el cuerpo cubierto con 57 tatuajes, siglos antes de que ese tipo de dibujos aparecieran en los esclavos de la antigua Roma.
Pero existen reliquias centenarias en casi todas las regiones del mundo, cuyos orígenes son a menudo independientes pero que intercambiaron técnicas y estilos gracias al comercio marítimo, las invasiones o a la piratería. "La historia del tatuaje no se escribía necesariamente, se transmitía de tatuador a tatuador, durante años", explica a Efe Julien, del tándem artístico que ha diseñado la muestra.
El tatuaje moderno -vocablo que proviene de la palabra "tatau", grabar en polinesio- parece que se redescubrió en Occidente a través de las expediciones de James Cook a la Polinesia en el siglo XVII, y que se mantuvo como una práctica reservada a los bajos mundos.
Es en ese ambiente portuario y marginal, donde arranca la exposición, que da cuenta de cómo esos dibujos pasaron de la calle al ejército y a las cárceles hasta que los circos ambulantes comenzaron a popularizarlo en el siglo XIX en Estados Unidos. Junto a la mujer barbuda, el tragasables o el forzudo escandinavo, los artistas tatuadores formaban parte de esa farándula nómada que viajaba de pueblo en pueblo.
La muestra -que sigue un orden temático- se detiene después en diferentes regiones del mundo que han desarrollado estilos y técnicas excepcionales y expone esa evolución a través de 300 objetos entre los que se cuentan fotografías, dibujos, lienzos, herramientas, agujas, máscaras, vídeos y hasta pieles disecadas.
Uno de los apartados está reservado a Japón, donde los tatuajes nacieron como un castigo militar y con los años se transformaron en un colorido dibujo que cubre el cuerpo de las muñecas a las rodillas y que se asocia a la mafia yakuza.
Otra sección analiza los tatuajes neocelandeses, conocidos por los maoríes como moko, y desarrollados como un dibujo curvilíneo antaño reservado a jefes guerreros y actualmente extendido por todo el mundo.
"Está en nuestra genealogía, en nuestra historia, conectado con la tierra, el mar y el cielo. Si no tienes esagenealogía que te conecte con esos aspectos y con los orígenes de esta cultura artística, para nosotros no es 'moko'", comenta con la cara surcada de tinta el tatuador Mark Kopua.
En Tailandia la costumbre de grabarse la piel nació como un rito de iniciación mágico-religioso reservado a los varones, que acompañaba a un ritual en el que los maestros mezclaban sus tintas con las cenizas de manuscritos budistas.
La exposición se detiene también en los grabados de Borneo, Filipinas, China, Samoa o los tatuajes chicanos de los barrios hispanos de Los Ángeles, al tiempo que muestra piezas en papel y silicona diseñadas específicamente por algunos de los maestros tatuadores como Leo Zulueta, Dong Dong, Steeve Looney o Filip Leu, a quienes hay que pedir hora con dos años de antelación.
Y termina con un guiño a su incursión en el universo de la alta costura -que ha contribuido a transformar en glamurosas las tintas que antes fueron carcelarias- y al arte contemporáneo, con diseños inspirados en la acuarela o en el impresionismo alemán, como los peculiares trabajos del maestro Musa.
Un paso previo, quizá, para que la tradición de colorearse la piel, tan radical que dura toda la vida y tan efímera que desaparece con la muerte del tatuado, llegue un día a los grandes museos de arte contemporáneo.
"Si vemos el tatuaje en un museo como el Quai Branly, creo que podemos esperar verlo en cualquier otro museo de arte primitivo o arte bruto", resume para Efe Tin Tin, gurú del gremio en Francia y tatuador, entre otros, de los modistos Jean Paul Gaultier y de John Galliano.
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