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El socialista António Costa exhibió dotes de equilibrista durante sus cien primeros días como primer ministro luso, presionado por Bruselas para no descuidar el gasto público y por sus aliados de izquierda para dejar atrás la austeridad.

Ha sido un tiempo suficiente para que los portugueses vuelvan a vivir "con normalidad" y sin un "sobresalto permanente", dijo Costa al hacer balance de estos cien días al frente del Ejecutivo, que se cumplen hoy.

En poco más de tres meses, desde que el pasado 26 de noviembre asumió el cargo, ya se vio obligado a apagar numerosos incendios: desde la intervención en el Banco Internacional de Funchal (Banif) hasta la dura negociación de los Presupuestos, pasando por las críticas de las agencias de calificación de riesgo, entre otros.

El "pacto a la portuguesa" sobre el que se sustenta el Ejecutivo en el hemiciclo sigue vigente pese a las adversidades, suficientes para hacer aparecer las primeras señales de fractura pero no tan fuertes como para romper la alianza suscrita por el Partido Socialista (PS), el Bloque de Izquierda, el Partido Comunista (PCP) y Los Verdes.

El acuerdo -inédito desde la llegada de la democracia y que se limita al ámbito parlamentario- permitió a Costa darle la vuelta al resultado electoral obtenido en los comicios del 4 de octubre, en el que quedó por detrás del candidato conservador Pedro Passos Coelho.

A cambio de su compromiso para revertir las medidas de austeridad implementadas durante la pasada legislatura, el pacto precipitó la caída de un Gobierno conservador que apenas duró 27 días y facilitó el ascenso al poder del líder socialista.

Los problemas no tardaron en aparecer y en sólo cuestión de semanas ya tuvo que enfrentarse a la crisis del Banif, el más pequeño de los principales bancos lusos, que se encontraba en riesgo de quiebra.

La resolución de la entidad conllevó un coste para el erario público que se estima en torno a los 3.000 millones de euros, lo que obligó a aprobar una modificación del Presupuesto de 2015 para incluir este gasto adicional.

"El momento más difícil por ahora fue el Banif", confesaba recientemente y de forma confidencial un miembro del Gobierno, quien subrayó la magnitud que supone para un país como Portugal un valor como ése, equivalente casi al 2 % de su PIB.

Los partidos situados a la izquierda de los socialistas consideraron que la solución sobrepasaba sus "líneas rojas" y votaron en contra. La abstención del principal grupo de la oposición, el PSD (de centro-derecha), permitió entonces aprobar el documento.

La siguiente prueba de fuego llegó con la negociación de los Presupuestos Generales del Estado de 2016, cuando fue Bruselas la que puso límites al optimismo del Ejecutivo.

El primer borrador luso recibió duras críticas de la Comisión Europea, que dudaba de las previsiones económicas en las que se basaba el documento, tal y como hicieron el FMI y varias agencias de calificación de riesgo.

Al Gobierno de Costa no le quedó más remedio que corregir parcialmente sus estimaciones y aceptó subir varios impuestos indirectos -como los del alcohol, el tabaco o el combustible- para garantizar que cumplirá sus objetivos de reducción del déficit.

Con ello, logró la deseada luz verde de Bruselas sin incumplir su compromiso de hacer olvidar la austeridad adquirido con el resto de fuerzas de izquierda, aunque sea de forma paulatina.

En estos primeros tres meses, el Ejecutivo bajó ligeramente algunos impuestos directos, comenzó a restituir el salario de los funcionarios previo a los recortes y aprobó el regreso a las 35 horas semanales en el sector público, aunque todavía no se sabe cuándo entrará en vigor.

También elevó el salario mínimo y algunos complementos sociales dirigidos a los pensionistas y a los más desfavorecidos, además de sacar adelante una nueva ley que permite adoptar a las parejas homosexuales.

Aún así, las encuestas más recientes no apuntan a una expresiva subida en intención de voto de los socialistas, que continúan por detrás del PSD en los sondeos.

"Esto es como el Gobierno, que primero es turbulento y después...", bromeaba esta misma semana António Costa, consciente de que las dificultades no han hecho más que empezar.