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Aunque Israel reabrió ayer domingo los accesos a la Explanada de las Mezquitas ha decidido mantener los detectores de metales para controlar la entrada. Con siete muertos este fin de semana, se teme que la escalada de violencia dé paso a un conflicto de largo alcance.

El paso por los controles sigue siendo obligatorio para los que quieran entrar en la Mezquita de Al Aqsa y en la Cúpula de la Roca. Los israelíes advierten de que nadie les va a decir cómo tienen que evitar a los asesinos. Pero para los palestinos determinados a acudir al rezo en la Explanada, estas medidas son un intento de Israel de quedarse con el lugar.

Así que la tensión continúa y el presidente palestino Mahmoud Abbas ha roto la colaboración con Israel en materia de seguridad.

El fin de semana suma siete muertos, cuatro palestinos tiroteados por soldados israelíes y tres miembros de una familia judía acuchillados por un adolescente palestino. Para tratar de mediar en la crisis ha llegado a la zona el enviado de Donald Trump, Jason Greenblatt.

Se teme que esta escalada de violencia, que se inició hace diez días al cerrar la Explanada tras el asesinato de dos policías, pueda convertirse en una nueva intifada. El lugar es considerado sagrado para el Islam y también para el judaísmo porque alberga el Muro de las Lamentaciones.