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Si uno se sienta en la arena, cierra los ojos y aspira con fuerza, el hedor llenará los pulmones y se hará casi masticable en la boca; al abrirlos, el humo sobre las últimas aldeas incendiadas en Birmania podrá divisarse sin dificultad mientras se eleva lentamente.

La playa de Shah Porir Dwip, el punto más suroriental de Bangladesh, está en la desembocadura del río Naf en el Golfo de Bengala, que sirve de frontera física con Birmania (Myanmar).

Desde aquí se puede ver el país vecino y la inmensidad de un mar sacado de una estampa sin retoques de una agencia de viajes frente a una orilla en la que desde hace más de tres semanas no hacen más que desembarcar o naufragar familias con ancianos, niños, enseres, sacos y cuanto pudieron rescatar en su huida del Ejército birmano.

Hoy sólo se ven cadáveres de reses que se descomponen al sol despidiendo un olor que disuade hasta a las aves marinas carroñeras y los tradicionales barcos de pesca bangladesíes dormitando sobre un lecho marino descubierto por la bajada de la marea.

La soledad solo la rompe una familia rohinyá que da sus primeros pasos en Bangladesh tras haber logrado llegar en una de las pocas embarcaciones que hoy se atrevieron a desafiar a las autoridades birmanas.

"Hay pocos botes y el Ejército birmano no les está dejando llegar, hay que salir de madrugada o por la noche", indicó a Efe Elías, un hombre de 48 años y una piel tan curtida que podría cubrir a un anciano de 80.

Tras ver cómo los militares prendían fuego a su aldea de Nolgunya, Elías decidió ayer dejar de esperar, tomó a su familia, dejó sus tierras y se lanzó al mar.

Desde el pasado 25 de agosto, el estado Rakhine, en el oeste de Birmania, es escenario de una campaña militar tildada por la ONU de "limpieza étnica" y que, antes de que hoy lo hiciera Elías, ha llevado a más de 400.000 rohinyás a huir del país.

"Están disparando, están incendiando las casas, no sé por qué lo hacen", dijo con un gesto en el que el cansancio no permitía aflorar la indignación.

Asegura que, como él, hay muchos más que intentan escapar del país, pero que hoy los militares decidieron impedir a los botes que llegaran a recoger a los rohinyás que tratan de alcanzar el otro lado.

"Hay muchísima gente esperando a poder pasar a Bangladesh", dijo el hombre, al inicio de una andadura en la que lo único que sabe es que tiene que encontrar a alguno de sus parientes para que su familia tenga dónde dormir.

Con un pequeño en brazos con el que llegó en la misma embarcación junto a otras catorce personas, seis de ellas niños, Shaha Jan, de 25 años, da gracias porque "de alguna manera" consiguieron esquivar a los militares birmanos.

No lo dice, pero la mayoría de los 106 rohinyás que desde hace tres semanas han muerto en su intento de llegar a Bangladesh, acabaron ahogados en las aguas de las alrededores.

Desde Shah Porir Dwip aún se debe tomar otra embarcación para salvar las marismas que separan la costa exterior de tierra firme, un tránsito que ahora se hace desde un embarcadero anegado de barro tras ser destrozado por los tifones de la pasada estación.

Como puede, Fatem Begum, de 45 años, renquea a hombros de su hija, casi arrastrándose hacia allí.

"He perdido a dos hijos y a mi marido", explica, al comenzar una narración reiterada hasta la saciedad en la boca de cada rohinyá que ha debido salir huyendo después de que el Ejército llegara de noche o de madrugada a quemarles las casas y dispararles mientras escapaban.

Tras quince días escondida en la selva, hoy por fin logró dar el salto a Bangladesh para seguir caminando.

"No sé adónde voy, sólo quiero ir hacia allá...", dice, señalando con la mano hacia el horizonte de tierra.