La familia Loewe, la del fundador del restaurante Lhardy, la de los banqueros Bauer, Margaret Taylor -más conocida por su salón de té Embassy-, la familia Tertsch o los Parish, vinculados al circo Price, son una muestra de la inmigración que dejó huella en la España de los siglos XIX y XX.
Todos ellos tienen algo más en común, están enterrados en el cementerio Británico de Madrid, estrenado en 1854 y quizás uno de los más desconocidos y recoletos de los 22 camposantos que existen en la capital, entre los que destacan el de la Almudena, considerada la necrópolis más grande de Europa, y los de San Isidro y San Justo por sus monumentos funerarios.
Ante la costumbre española de no permitir dar sepultura en sus cementerios a aquellos extranjeros que no hubieran sido católicos en vida, surgió la necesidad de un camposanto en el que poder enterrar a los británicos fallecidos en la capital en el siglo XIX, sobre todo cuando industrias como la del ferrocarril comenzaron a atraer hacia España a hombres de negocios de Gran Bretaña.
Enclavado en el distrito de Carabanchel y en una parcela amurallada de una media hectárea, aproximadamente, bajo sus cerca de 650 lápidas en la que descansan ortodoxos, luteranos, protestantes, católicos, judíos, e incluso, separada por una puerta, una musulmana, están enterrados las cenizas o los restos mortales de un millar de personas de 43 nacionalidades.
La historia ha sembrado el territorio nacional de medio centenar de cementerios británicos. Desde los abandonados cementerios de los ingleses de Dénia (Alicante) y de Camariñas (A Coruña), en el que están enterrados las 172 víctimas del naufragio del Serpent en 1890, a los preservados de Lujua-Goiri en Bilbao, la sección británica de San Amaro en A Coruña, San Jerónimo en Sevilla, o el de San Jorge en Málaga, construido en 1831 y primer cementerio protestante que hubo en España.
El británico David J. Butler, que con 83 años lleva la mitad de su vida en España, se encarga de desentrañar la historia que esconde cada tumba del cementerio Británico de Madrid desde hace dieciséis años. Hay espías, masones, expoliadores, aventureros, magnates, artistas y personas humildes, porque "no eran todos gente pija", apostilla Butler.
Con rigor y humor inglés, este octogenario nacido en Newcastle desempeña la labor de guía y se encarga de explicar en la lengua de Cervantes -"me siento más cómodo haciéndolo en español"- las historias, y son muchas, que hay detrás de cada tumba, en un recorrido que nunca hace igual.
Animada por Butler, Mónica Segoviano Mattes, prejubilada en una entidad bancaria, entró a formar parte del comité de gestión del cementerio y se hizo cargo de las visitas guiadas en inglés a grupos de estudiantes.
El cementerio es propiedad del Gobierno británico, pero no podría subsistir con los enterramientos (en lo que va de año solo ha habido uno, el de Enrique Loewe Knappe). Su gestión depende de un comisión gestora en la que está presente el consulado británico, aunque no se encarga de su mantenimiento.
Como el cementerio no reporta ingresos y hay familias que se olvidan de mantener sus tumbas, el patronato hace lo que está en su mano para conservarlo.
Hay dos fundaciones que aportan algo: una depende de una empresa cervecera (The William Allen Young Charitable Trust) y la otra de una constructora (The Bernard Sunley Charitable Foundation).
Con su ayuda y la de otras contribuciones privadas, se sufragan tareas de restauración, limpieza o jardinería.
Ahora "solo queda espacio para cuatro o cinco sepulturas, sin embargo, como consecuencia de la costumbre actual de optar por la incineración, hay muchos espacios adecuados para la inhumación de cenizas", explica.
Sus muros han sido testigos de anécdotas como la del banquete de boda de la actriz retirada Rita Garrido y el brasileño Ricardo Freire, que compuso "Doce cascabeles", entre otras canciones muy populares.
Tuvieron que recoger a toda prisa las mesas preparadas para celebrar el banquete tras el aviso de que un cortejo fúnebre se dirigía hacia allí. Tras el enterramiento, los novios y sus invitados pudieron celebrar el convite sin más contratiempos.
Cuatro generaciones de la familia Garrido han vivido, nacido y crecido entre sus sepulturas porque eran los conserjes del cementerio, en el que hasta no hace mucho nadie, salvo la familia de los enterrados, podía entrar.
La propiedad del cementerio pasará a manos de una fundación o patronato "en los próximos meses", adelanta Butler, quien admite que le empiezan a pesar los años y no quiere seguir vinculado a las visitas "hasta el fin de su vida".
Vino a España llamado por una familia británica para que administrara sus bienes. Acudió por primera vez al camposanto para asistir al entierro de un miembro de esa familia y comenzó su interés por el lugar hasta convertirse en un personaje más, pero vivo, de este cementerio, que guarda muchas más sorpresas a las personas que allí se acercan.
"Mi único interés es que se conserve tal cual. Sin hacer grandes barbaridades", confiesa el erudito octogenario, que rechaza la idea de que su última morada sea este lugar y prefiere donar su cuerpo a la ciencia.