- Compartir:
- Compartir en Facebook
- Compartir en Twitter
- Compartir en Whatsapp
- Compartir en Messenger
- Compartir en Messenger
Leyendas de fantasmas e historias de terror en Madrid
- El decapitado de San Ginés, el dramaturgo asesinado en Joy Eslava, la macabra historia de Concha, el fantasma de la bella Elena y otras historias de miedo madrileñas
Sin duda el fantasma más conocido de Madrid es el de la niña Raimunda que deambula por el Palacio de Linares cantando canciones infantiles y preguntando por sus papás. Una criatura muerta por sus propios padres tras descubrir estos que en realidad eran hermanos y la niña fruto del incesto.
Pero Madrid tiene muchos siglos de historia y ha visto infinitas pasiones y miserias. Madrid tiene muchas leyendas de fantasmas, muchas historias de miedo que contar. Estas son algunas
El fantasma sin cabeza de San Ginés
La Iglesia de San Ginés es una de las más antiguas de Madrid. En el año 1353 fue escenario de un terrible y sacrílego suceso. Un día dos ladrones entraron a robar al templo tras esperar a que se quedara vacío. Pero no se habían ido todos, quedaba un anciano rezando. Como no querían testigos de su fechoría atacaron al hombre y le golpearon de tal manera que la cabeza quedó separada del cuerpo y toda la iglesia llena de sangre.
Los siguientes días un fantasma sin cabeza empezó a verse por la iglesia. Los ladrones fueron capturados y condenados a muerte pero esto no consiguió calmar al ser de ultratumba, su espíritu se quedó en el templo provocando pavor a los feligreses. Y todavía hoy, en pleno siglo XXI, según cuentan, se escuchan voces en la iglesia y algunos afirman haber visto un fantasma decapitado vagar por las sombras.
El dramaturgo asesinado en Joy Eslava
Luis Antonio del Olmet se dedicaba, en 1923, a escribir obras de teatro. También era periodista y político. Alfonso Vidal y Planas era poeta y también dramaturgo en la misma época. Los dos tenían el mismo sueño: estrenar sus obras en el Teatro Eslava, como el gran Valle-Inclán, y alcanzar la gloria. Para complicar la cosa, los dos se habían enamorado de la misma mujer.
Alfonso consiguió primero llegar al Teatro Eslava pero su obra resultó un fracaso estrepitoso y el Teatro decidió acoger una obra de su rival, Olment. Todo le iba mal a Vidal. Tras su fracaso en el escenario, la dama se decidió por su otro enamorado que sí estaba teniendo éxito. La vida le sonreía a uno y daba la espalda al otro.
Alfonso, según cuentan sus contemporáneos, tenía talento como escritor pero un carácter muy violento. No soportó el triunfo de su rival, se presentó en los ensayos de la obra de Olmet, comenzó una pelea y disparó a quemarropa a Luis Antonio, que murió desangrado en brazos de su amada.
Alfonso pasó tres años en la cárcel y murió en Méjico en 1965. Pero Luis Antonio, en forma de espíritu, se quedó para siempre en el Teatro. Y no se marchó cuando el local fue reconvertido en discoteca. Allí sigue, según cuentan los empleados de Joy Eslava, el fantasma enamorado que pasó al otro lado prematuramente, en su mejor momento. Allí ronda en busca de su amada y de estrenar, al fin su obra.
Un cadáver a la mesa
Es uno de los sucesos más macabros de la historia de Madrid. El doctor Pedro González de Velasco fue una eminencia del siglo XIX y el fundador del Museo Nacional de Antropología. Tuvo sólo una hija, Concha, que murió de tifus en 1865 con tan sólo 15 años de edad, tras tomar un purgante que le administró su padre como cura.
Velasco ordenó embalsamar a su hija y fue enterrada en el cementerio de San Isidro. Pero el doctor no se recuperó de la pérdida y se obsesionó tanto que, años después, ordenó exhumar el cuerpo. El cadáver fue instalado en una habitación de la casa y vestido con un traje de novia.
El embalsamador había hecho tan bien su trabajo que el cuerpo mantenía la flexibilidad suficiente para doblar las rodillas. Para espanto de su mujer, el doctor, empezó a sentar el cadáver a la mesa a la hora de las comidas.
Todas las tardes un carruaje con las cortinas echadas salía de la casa del célebre doctor para dar un paseo por El Retiro. Cuentan que dentro iba el doctor y la niña muerta y que, a veces, les acompañaba el prometido de la chica.
Cuando el doctor falleció su cuerpo fue embalsamado y, según su deseo, permaneció en el Museo de Antropología. Su mujer, que le sobrevivió, enterró el cuerpo de su hija, definitivamente, en San Isidro en una sepultura en la que todos se unieron en 1965, cuando se trasladó el cuerpo del doctor desde el museo.
La leyenda cuenta que, después de tanto ajetreo como le dieron tras su muerte, el alma de Concha no regresó al más allá y hoy, cuando se pone el sol, en ocasiones se la puede ver, una figura fantasmal vestida con traje de novia, vagando entre los árboles del Retiro.
La casa de las siete chimeneas
Ya existía en Madrid en el siglo XVI y actualmente es la sede del Ministerio de Cultura. El edificio fue levantado por orden de un montero de Felipe II para su hija, la bella Elena.
Elena estaba casada con el capitán Zapata que pronto tiene que marchar a combatir en los tercios de Flandes. Un oscuro presentimiento se cierne sobre Elena, que se confirma cuando llega la noticia del fallecimiento de su esposo en San Quintín.
Tiempo después la triste viuda aparece muerta. La corte hierve en rumores sobre el hecho, los sirvientes cuentan que el cuerpo tiene marcas de cuchilladas. Se dice que Elena es amante de Felipe II y que de su relación había nacido una hija.
El padre de Elena es acusado del crimen y termina ahorcándose en la casa. Se investigan las dos muertes pero el cadáver de la mujer desaparece. Nunca se encuentra. Pero empieza a verse por las noches la figura de una mujer vestida de blanco, deambulando entre las chimeneas del tejado.
El tiempo pasa y el espectro continúa apareciéndose a los vivos. En el siglo XIX, el Banco de Castilla se instala en el edificio. Durante las obras de reforma se encuentra el esqueleto emparedado de una mujer junto con unas monedas de la época de Felipe II. ¿Es Elena?
No es el único secreto que guarda la casa de las siete chimeneas. En una nueva reforma en 1962 se encontraron los restos de un hombre cuya alma parece que también deambula por el edificio, pero por el interior. Parece que los espectros no quieren encontrarse entre ellos y el tejado se reserva para Elena.
Los espectros del metro
La estación de Metro de Tirso de Molina tiene una tenebrosa fama que comenzó cuando se construyó a principios del siglo XX. Durante las obras, los obreros encontraron en el subsuelo esqueletos y restos humanos.
En la zona se había levantado el Convento de la Merced, que ya estaba derruido en esa época. Los huesos pertenecían a los monjes que residieron, y murieron, en el convento.
Los obreros no supieron qué hacer con el hallazgo y decidieron enterrar los huesos bajo las losetas de los andenes. Se cuenta que, desde entonces, aunque en los túneles no se vea su luz, cuando el sol se esconde, el viajero que espera en el andén puede escuchar los lamentos de los clérigos, cuyas almas están condenadas a vagar por la estación hasta que se dé a sus restos una mejor y más digna sepultura.
Cuentan también que, de vez en cuando, se pueden ver los espectros de los monjes deambulando por la estación. Y hay quien dice que no son humanos todos los viajeros que se suben al tren en Tirso de Molina y que se reconoce a los que no son de este mundo, porque algunos de los que se suben ya no están en el vagón cuando este llega a la siguiente estación.
No es la única estación con espectros. A la que durante muchos años fue 'estación fantasma' de Chamberí, hoy reconvertida en museo, se le atribuye el fantasma de una niña nacida de amores ilícitos cuya alma vaga sin descanso.
Hay más espectros que recorren Madrid por las noches: los ejecutados en la Plaza Mayor durante los siglos XVI y XVII, las almas en pena del Palacio de Cañete, la enterrada viva en el Convento de Santo Domingo, ... o el Cerro Garabitas, por ser conocido como el lugar desde donde las almas de los muertos madrileños se reúne por la noche para viajar con la madrigada hacia el Más Allá. Tantas leyendas tiene Madrid, tantos fantasmas, que prácticamente es imposible no encontrarse con alguno cuando se pasea por sus calles, sobre todo por la noche.