Los libreros que tienen su negocio instalado en la popular Cuesta de Moyano de Madrid han redactado una carta abierta a los grafiteros que campan por las calles de la ciudad y que la noche del viernes profanaron con sus pinturas varias de estas casi centenaria casetas, en las que les interpelan de la siguiente manera: “¿Alguno de vosotros ha disfrutado alguna vez leyendo un libro?”.
En la misiva, se presentan como “vuestras víctimas, libreros humildes a pie de calle, padres y madres de familia, abuelos y, en muchos casos, hijos y nietos de libreros, un oficio que desempeñamos casi por romanticismo y tradición, y que queremos sepáis el tremendo esfuerzo que conlleva”.
Esa declaración de intenciones les sirve para exponer que “apenas nos hemos recuperado económicamente de los efectos de la crisis por covid; batallamos contra la venta de libros por Internet, ofreciendo nuestra dedicación y amor por el libro al lector en persona; levantamos a diario tableros y cajas muy pesadas; aguantamos un sol azotador en verano y temperaturas y lluvias gélidas en invierno, en solitario y sin vender un euro en el día”.
Por ello, se autoproclaman como “la resistencia cultural de esta ciudad” y recuerdan a los grafiteros que “las casetas de libros de la Cuesta de Moyano que grafiteáis están a punto de cumplir cien años de historia”, un tiempo de “felicidad, sin prejuicios, para lectores de todas las edades, raza, procedencias o ideologías”.
Los libreros lanzan a bocajarro una pregunta cargada de intención a los grafiteros: “¿Alguno de vosotros ha disfrutado alguna vez leyendo un libro?”, una cuestión que les sirve de preámbulo para subrayar que éste “es el vehículo de la palabra, es libertad, es conocimiento y encuentro”.
Un oficio centenario
“Por si no lo sabéis”, continúa la esquela, “el gris neutro de nuestras casetas es el color de esa historia feliz, representa una labor de cien años, es la memoria de nuestras familias y la de millones de lectores anónimos que aún hoy encuentran en la Cuesta el mejor bálsamo ante la crudeza de la vida”.
Sin valorar “si las intervenciones que realizáis a escondidas en nuestras casetas son ‘arte’”, los libreros pretenden que la nota sirva de desahogo para “quejarnos de que nunca nos preguntéis si nos gusta. Tampoco habéis preguntado a nadie más: simplemente imponéis vuestros colores y palabras sobre sus frontales”.
En ese sentido, apelan a la ‘conciencia grafitera’, al espetar que “y lo peor: quizás pensáis que vuestras acciones son una manifestación de habilidad frente al ‘sistema’. Pero no, porque somos nosotros, humildes libreros, quienes tenemos la obligación por ley de costear su limpieza, con un dinero y esfuerzos que no tenemos”.
Los libreros de Madrid consideran que “si de verdad la palabra es vuestra herramienta, respetad el poder que tiene más allá de una simple firma” y les ruegan que les dejen “continuar con nuestra labor en paz”, ya que “no tenemos recursos suficientes para mantener nuestras librerías abiertas si no hacemos otra cosa que ocuparnos de recuperarnos de vuestras acciones”.
Por último, les transmiten que “cuando venís a grafitear a nuestras librerías, no hacéis más que daño a quien menos lo merece. Y más que brillar por vuestros nombres, lo único que lograréis, finalmente, será matar las palabras”.
“No vengáis de noche, a escondidas, sólo a imponer vuestras firmas. Nada nos gustaría más que vinierais de día a conocernos y hablemos. Entonces os prometemos que os regalaremos algo mucho mejor: el goce de una lectura”, concluye la carta.