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Seguir El Rastro para conocer Madrid
- De como un matadero se convirtió en uno de los mercados a cielo abierto más atractivos del mundo
- Un lugar lleno de historia, sucesos extraños, gangas y oro que parece pero no lo es
"Una, dos y tres. Una, dos y tres. Lo que usted no quiera para El Rastro es". Este era el estribillo de una canción que hizo famosa Patxi Andión, cantautor y profesor que gozó de bastante popularidad en la España de los años 70.
Pero este enorme mercadillo en el centro de Madrid, que se abre a ambos lados de la Ribera de Curtidores, es algo más que un espacio de oportunidades, objetos de segunda mano y de encuentro los domingos por la mañana.
En realidad El Rastro es uno de los puntos más interesantes de la ciudad para poder contar, al menos, una parte de la historia de la Villa y Corte. En los poco más de 600 metros de la Ribera encontramos engaños históricos, asesinatos, los mejores callos, cocidos y caracoles de la capital (en esto seguro que no hay acuerdo), el arranque de las fiestas más populares de Madrid o la posibilidad de salir completamente pertrechado para escalar el Everest.
Y todo esto en un entono al que hay que acudir con los ojos y los oídos bien abiertos, porque El Rastro son sus puestos y tenderetes y sus tiendas de antigüedades, pero también las voces que a veces ofrecen sus productos, el bullicio (aún con mascarilla) en el entramado de calles y plazas como la del Campillo del Mundo Nuevo o la del General Vara de Rey.
¿Por qué se llama El Rastro?
Tiene que ver con la sangre, la que dejaban los animales muertos en el primer matadero que tuvo Madrid allá por el siglo XV. La calle que ascendía hasta la Plaza del Arrabal (Plaza Mayor) se convertía en una mezcla de tierra, sangre y alguna víscera. Así que era fácil seguir el 'rastro' de los carromatos que llevaban las piezas de carne para su venta.
Al lado del matadero fueron floreciendo otros comercios que aprovechaban los restos de los animales. Curtidores de piel para fabricar calzados, zurrones, cinturones, cinchas y otros artículos. Otro de los gremios que se asentaron aquí fueron los ropavejeros, conocidos también como traperos. Se encargaban de la venta de ropajes y otros bienes usados. Su llegada a El Rastro se produce al ser expulsados de la Puerta del Sol y la Plaza Mayor por decisión del concejo.
De estos ropavejeros surge todo el comercio actual de objetos de segunda mano, de ocasión e incluso ropa no vieja sino nueva y de temporada. Y de los curtidores aún existen tiendas de este gremio, algunas muy reputadas en el mundo hípico. Y es que El Rastro es el centro comercial más grande de Madrid a cielo abierto.
Cascorro no es Cascorro
Uno de los espacios más concurridos de El Rastro es la Plaza de Cascorro con la estatua de un militar español junto a la cual suelen quedar muchos y muchas para iniciar el paseo o tomar el aperitivo. Cascorro no es el nombre de este soldado como algunos creen. Cascorro es una población de Cuba en la que Eloy Gonzalo, que es el nombre del soldado en cuestión, protagonizó una gesta bélica.
La estatua representa a este hombre con la lata de petróleo que usó para incendiar una posición enemiga y la cuerda que se ató al cuerpo para que recuperaran su cuerpo en caso de muerte. Gonzalo no murió en aquella acción suicida sino tiempo después por una infección intestinal debida a las mala alimentación que se proporcionaba a las tropas españolas.
Así que en la Plaza de Cascorro está Eloy Gonzalo, pero la calle en su honor hay que buscarla lejos de allí. En pleno distrito de Chamberí.
Por cierto, la cercana Plaza del General Vara de Rey, paraíso de las antigüedades, se llama así en honor de otro compañero de armas de Eloy Gonzalo. El general Vara de Rey, otro de los caídos en Cuba, que comparte con Gonzalo el honor de haber sido repatriados sus cadáveres en el mismo barco. Pocos cuerpos regresaron de aquella guerra.
Una calle, una oveja y una crisis
Ya hemos visto que El Rastro fue matadero en su origen. Y uno de los animales, más bien su cabeza, protagonizó un hecho escabroso y una crisis comercial en Madrid. En tiempos de Felipe III un criado robó y mató a su amo, un sacerdote. Le cortó la cabeza y huyó sin que la justicia diera con él.
Tiempo más tarde, regresó a Madrid y acudió a comprar una cabeza de carnero para cocinarla igual que había hecho tantas veces para el cura. Al salir de la carnicería la cabeza empezó a dejar un rastro de sangre. Un alguacil se percató de ello y al pedirle al fugado que le mostrara lo que llevaba envuelto este abrió el paquete y...sorpresa. La cabeza de carnero se había convertido en la cabeza del sacerdote asesinado.
Ni que decir tiene que el asesino acabó ahorcado en la Plaza Mayor. Pero una vez muerto la cabeza del cura volvió a trasmutar en cabeza de carnero. Este hecho, conocido por el pueblo, fue considerado una maldición. Y hasta una crisis. La gente no quería ir a El Rastro, ni comprar cabezas de carnero, ni otras delicias de casquería.
Los carniceros y comerciantes de carneros vieron peligrar parte de sus ingresos por la superstición. Pidieron trasladar su gremio y se instalaron en la que hoy se conoce como la calle del Carnero, cerca de la Ribera de Curtidores. Y en la Ribera desemboca la calle de Juanelo, cuya continuación es la calle de la Cabeza. ¿A que no adivinas dónde vivía el sacerdote asesinado?
Camarón en El Rastro...o no
José Monje Cruz, Camarón de la Isla, gloria del cante flamenco, tuvo una larga relación con Madrid. Recientemente el Ayuntamiento de Madrid ha aprobado la colocación de una estatua en honor de este artista gaditano en la Plaza de Vara de Rey.
No es vano, en esta plaza se han asentado tradicionalmente muchos de los negocios de antigüedades de El Rastro regentados por familias gitanas. La estatua de Camarón, gitano también, sería además según el Ayuntamiento un reconocimiento a la presencia de esta etnia en la vida madrileña a lo largo de los siglos.
Pero la estatua puede que se coloque y puede que no, porque el Ayuntamiento tras dar el visto bueno ha condicionado su creación e instalación a que haya presupuesto para ello y se "satisfagan los compromisos pendientes" antes
Haya no haya estatua, en muchos rincones de la plaza resuena Camarón. Un artista que actuó en directo por última vez aquí en Madrid, en el Colegio Mayor San Juan Evangelista.
De Madrid al Himalaya
Casi todos los que se dirigen los fines de semana a la Sierra de Guadarrama, a sus altas cumbres o a recorrer su caminos, acaban pasando por El Rastro. Para comprarse unas botas, una chaqueta, unos esquíes, un saco de dormir o material para escalar.
Las tiendas de artículos de montaña de la Ribera de Curtidores han sido y son otro de los negocios tradicionales de El Rastro. Se puede encontrar material para disfrutar de una caminata por la sierra o meterse en terrenos más verticales de cualquiera de los macizos españoles, europeos o de todo el planeta.
Muchos de los que han alcanzado el techo del mundo, el Everest de los Himalayas, han empezado comprando cuerdas, jumares, mosquetones y otros elementos de seguridad en alguna de estas tiendas de El Rastro de Madrid. Ya se sabe que "De Madrid al Cielo", o casi.