A los veinticinco años de su muerte en Colmenar Viejo, cuando sólo tenía 21, José Cubero "Yiyo" sigue vivo en el recuerdo, considerado por su padre como "un privilegiado", y "un ángel" según madre, una figura que todavía hace sentirse "orgullosos" a su hermanos también toreros.
Y es que "Yiyo" fue tan excepcional torero, que su último privilegio, aunque parezca un contrasentido, fue morir demasiado joven y en la cumbre de una muy prometedora carrera. Torero grande al que aún se le adivinaba más.
Por eso hay más que nostalgia en la definición que hace de él su padre, Juan, llamándole por el nombre con el que se anunciaba en los carteles: "mi Yiyo fue un fenómeno, como torero un fuera de serie, y como hijo no hay palabras para contarlo. Un ser excepcional para todo, y por eso su ejemplo nos ayuda tanto a seguir viviendo".
La madre, Marta, embargada todavía por la tristeza, se refiere a él como "un ángel", ya que el tiempo que uvo con ellos, "antes de que el toro" se lo "arrebatara para llevarlo con Dios", les "regaló una vida de absoluta felicidad. Y es ahora allí arriba donde ejerce".
Cuenta también en ese palmarés familiar lo que su hermano mayor, Juan -también torero, que fue mucho tiempo como banderillero a las órdenes de "Joselito"-, destaca de su personalidad: "no le faltó ningún buen complemento en todos los papeles que la vida le deparó, como hijo, hermano, amigo y lo que se terciara".
Efectivamente, "Yiyo", a los 21 años, cuando murió, era todo y más. Torero clásico, con lo que eso representa, por artista y elegante, poderoso y dominador, pulcro y solemne en las formas, hondo en el sentimiento, y valiente, valentísimo.
Torero que manejó también una impecable técnica, que fue la base de su seguridad y firmeza frente a los toros más difíciles. La ambición fue para él bandera permanente, y el temple su arma infalible.
"Yiyo" tuvo asimismo una vocación torera como no hay dos. Un torero con sello propio, de los que se suele decir "con personalidad".
Aunque hay que volver a insistir en alabar la otra cara de "Yiyo", más buena si cabe que la que se conoce, y que tantas veces se ha contado en los medios: gran torero, sí, pero también y sobre todo extraordinario ser humano.
Tiene razón su madre evocándole veinticinco años después dando a conocer las experiencias tan cercanas y entrañables que le dejó "antes de marchar al único destino que había para él, el Cielo, donde ejerce de mensajero de Dios".
Fue la transfiguración de José Cubero, de "príncipe del toreo" -así se le llamaba desde que integró la brillante promoción de la Escuela de Tauromaquia de Madrid de 1978, en la que destacó su nombre junto al de Julián Maestro y de Lucio Sandín- pasó a ser ángel. Un querubín torero en toda regla, que mañana cumple 25 años.