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El dos de mayo de 1808, Madrid vivió una jornada de sangre y fuego. Navajazos a soldados mamelucos en la Puerta del Sol y macetas arrojadas sobre los lanceros a caballo en la calle Mayor eran algunas de las formas en las que se defendían los madrileños. La Plaza de la Villa, Atocha o la Cava de San Miguel fueron algunos de los escenarios de enfrentamientos terribles.

El estallido de los madrileños contra las tropas francesas se venía venir. En octubre de 1807, los soldados habían entrado en España, supuestamente camino de Portugal. Napoléon forzó la abdicación de Carlos IV y ordenó al General Murat que se acantonara en la capital.

Ese día, una multitud se congrega ante el Palacio Real, ante el rumor de que van a evacuar al Infante Francisco de Paula para llevarlo a Francia con el resto de la familia real. Al grito de "que nos lo llevan", los madrileños empiezan a atacar a las tropas con lo que tienen a mano, de piedras a tijeras de coser, de garrotes a agujas de calceta.

El alcaide de la cárcel, entonces en el Palacio de Santa Cruz, accede a la petición de los presos de unirse a la lucha con la condición de que cuando esta acabe, regresen. Los hacen todos menos dos, que han caido en la pelea.

El levantamiento, que no es apoyado por el ejército español, con la excepción del parque de artillería de Monteleón, apenas dura cinco horas. Siguen los arrestos y los fusilamientos masivos durante la noche y al día siguiente. Mueren unos 500 madrileños.