Una década enseñando chino en el corazón de Madrid desde una pizarra
Dong Lin lleva desde 2008 sacando cada día una pizarra a la puerta de su negocio con una palabra en chino
El 1 de octubre es el día grande en China, y mientras en la otra parte del mundo más de 1.300 millones de personas celebraban su Fiesta Nacional de 2008, aquí en una esquina de la Plaza de Santa María Soledad Torres Acosta o, lo que es lo mismo, la plaza de la Luna para todo madrileño de nacimiento o adopción Dong Lin decidió empezar a enseñar chino a todo el que pasara por la puerta de su tienda.
Una pizarra colgada junto a la entrada con un mensaje sencillo: “enseño una palabra de chino cada día”. La fecha, unos caracteres ilegibles para la mayoría, la pronunciación para los que desconocen la lengua de Confucio y su traducción a la lengua de Valle Inclán y así explicando a los transeúntes cómo se debía escribir y leer “diccionario chino” empezó una tradición que dura ya más de una década.
Ni un solo día Dong Lin ha fallado en su clase diaria y desinteresada. Lo que empezó como una manera de explicar a sus vecinos un poco de su cultura se ha convertido en una de esas historias que se esconden en los rincones de Madrid, entre las calles en las que arranca el barrio de Malasaña.
“Esa primera Navidad algunos amigos comenzaron a traerme bombones o vino, como agradecimiento a mi pizarra” nos cuenta Lin todavía sorprendido por haber causado esa reacción sin quererlo. Dos décadas en el corazón de la cara B de la Gran Vía le han convertido por derecho en un vecino ilustre de la plaza de la Luna, sin embargo, como él mismo reconoce, todavía lucha por hacerse a nuestro idioma con soltura y confiesa que “no termino de entender algunas tradiciones madrileñas”.
Hospitalario, hablador y profundamente orgulloso de su cultura, se pasa horas realizando hermosos cuadros de caligrafía china. Es hipnótico ver la delicadeza y la precisión con la que con un pincel y un poco de tinta, en la que previamente ha derramado un buen chorro del té que se está preparando a media tarde, va dibujando cada uno de los caracteres, llamados hanzi en mandarín. Cuando se le pregunta por el truco, mira, sonríe por encima de las gafas y dice en un perfecto español “tener la paciencia de un chino”.
En la trastienda, dejando atrás los artículos artesanales los palillos chinos, los juegos de té o los juegos como el go o el mah jong Lin imparte sus cursos de caligrafía y de artesanía china.
Lin no lo sabe, pero pese a que él pueda no entender nuestras tradiciones, él forma parte de una. Es el chino de la plaza de la Luna.
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