Un congreso extraordinario pondría fin a la era Zapatero. Menos democrático pero más rápido, evitaría el desgaste entre sectores socialistas. En la historia socialista, el precedente de primarias, es el que enfrentó a Josep Borrell y Joaquín Almunia en 1998, un proceso que desembocó en una batalla interna entre los miembros del partido.
Dicen los dirigentes socialistas que las dos formas son perfectamente válidas para elegir al candidato. Pero son distintas, sobre todo por el poder que dan al elegido. Las primarias sólo se celebran cuando hay más de un candidato que presenta avales. Se vota en un plazo máximo de 45 días y eligen los 220.000 militantes. La fórmula la recuperó Joaquín Almunia en 1997.
Un año antes, Felipe González pierde las elecciones ante Aznar y decide abandonar la secretaría del partido. Le sustituye Joaquín Almunia que en un intento de ilusionar a un partido golpeado por los malos resultados convoca las primarias para lograr su ratificación como candidato. Pero contra todo pronóstico, gana Josep Borrell. Pero lo que se abre es un tiempo de bicefalia de difícil convivencia que termina en una nueva derrota electoral el año 2000.
Con las primarias el candidato es sólo eso, candidato, porque para controlar el partido está el secretario general. Y a ese puesto se llega mediante un congreso, que es como llegó a la secretaria general José Luis Rodríguez Zapatero en el 2000 tras ganar, ante la sorpresa de todos, por tan sólo nueve votos.
Convocarlo forma ordinaria lleva 60 días, pero cuando circunstancia especiales lo aconsejen se puede ir a un congreso extraordinario. Y aquí, los que votan son los delegados, entre 500 y los 2.000, elegidos en las asambleas territoriales donde hay mayor control de las federaciones. Pero para ir al congreso debería dimitir la actual directiva, para que la nueva cuente con todo el respaldo. Una vez que se celebra un Comité Federal no tiene sentido que haya primarias porque lo lógico es que el nuevo secretario general sea el candidato.