Pedro Sánchez, un hombre distinto
Si en julio de 2014 Pedro Sánchez consiguió ser secretario general del PSOE por su imagen moderada y con el apoyo de Susana Díaz y buena parte del aparato del partido, tres años después ha vuelto a hacerlo con la bandera de la izquierda, aupado por las bases y repudiado por los notables.
Él dice que es un hombre distinto, un político libre al frente de un movimiento nuevo, de una corriente de ilusión con la que el PSOE puede esquivar el agujero que conduce a la irrelevancia por el que están cayendo, uno a uno, sus hermanos europeos.
Para sus detractores no es más que un oportunista, un político sin fondo, un temerario, un intruso que se ha colado en el PSOE de siempre, el que solo ellos conocen y quieren salvar.
Pero en tres años Sánchez ha vivido doce procesos electorales, un cambio intenso en el panorama político español y un sin fin de deslealtades y guerras internas que ciertamente le hacen un hombre distinto al candidato fotogénico y educado que ganó en 2014 el "casting" socialista de su generación.
Suele decir que tiene un máster en fuerzas emergentes, que muchas veces se ha sentido más como un caballo de carreras que como un secretario general y reconoce que ha cometido errores, pero siempre ha culpado de su débil liderazgo a Susana Díaz, que solo tres meses después de ser elegido le retiró su apoyo.
Sabe que los que han dirigido históricamente el PSOE no le consideran de los suyos, pero hoy ya puede decir que los afiliados se identifican más con él que con los dirigentes históricos.
Para él eso supone que su legitimidad es ahora más fuerte que hace tres años, no solo para liderar el PSOE, sino también para ser candidato a la Moncloa, su verdadera aspiración, aquello para lo que se lleva preparando desde antes de que muchos lo supieran.
Los que lo sabían y pensaban que no estaba capacitado para ser secretario general apoyaron a Madina hace tres años, aunque se llevaban bien con él y algunos fueron a su boda no religiosa; esa que su madrina política, Trinidad Jiménez, ofició en 2006 en el hipódromo de la Zarzuela.
Por entonces, Sánchez cambió el popular distrito de Tetuán, en Madrid, donde nació y milita su padre, por el prestigioso municipio de Pozuelo de Alarcón, y quiso también dar el salto a la política nacional después de pasar seis años en el Ayuntamiento de Madrid como concejal de la oposición, cuando Alberto Ruiz-Gallardón era alcalde y Trinidad Jiménez la portavoz municipal del PSOE.
Con ella había llegado en 2003, el año del "tamayazo" y del "no a la guerra", cuando ya en Ferraz, con Zapatero como líder, contaban con él, con el joven economista que había militado desde siempre, pero que a la vez se había dedicado a estudiar y había trabajado en la ONU y en el Parlamento Europeo sin ni siquiera haber cumplido 30 años.
También Rubalcaba contó con él como uno de los coordinadores de la Conferencia Política que definió en noviembre de 2013 el proyecto político del PSOE para la próxima década.
En esa época ya era diputado y ya tenía fama de muy trabajador, competitivo, eficaz, ambicioso, calculador y preciso. También de ser afable y simpático.
Lo sigue siendo, pero ahora es un hombre distinto, al que su partido dio por muerto hace siete meses y no solo está vivo, sino que ha ganado las primarias por sí mismo, porque los militantes le han preferido a él, y ahora quizás lo que más le preocupa es no defraudarles.
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