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Decenas de miles de personas fueron testigos hoy en Filipinas de uno de los rituales más extremos de la Semana Santa, en el que más de diez personas han sido crucificadas y decenas más han recorrido las calles del norte del país con la espalda cubierta de sangre como resultado de continuos azotes.

En San Pedro Cutud, en la localidad de San Fernando, unos 70 kilómetros al norte de Manila, innumerables fieles y curiosos invadieron la calle que lleva hasta el lugar de la crucifixión para observar cómo los penitentes, con una corona en la cabeza, un pañuelo para ocultar su rostro y el torso desnudo, se flagelaban una y otra vez.

Entre los empujones de las manadas de público trataban de prestar cualquier asistencia necesaria los familiares de los devotos, que seguían la procesión con la cara cubierta de las gotas de sangre que despedía el instrumento de castigo, formado por una larga cuerda de la que cuelgan 24 trozos de bambú.

Tras las sangrientas flagelaciones de San Pedro Cutud, que dejaron su singular huella en los muros de las calles que recorre la procesión y los coches que circulan por la zona, llegaron a la localidad las esperadas crucifixiones, en las que este año participaron 10 devotos, entre ellos un danés.

El espectáculo, en el que se intenta reflejar fielmente el relato de la Biblia, comenzó a mediodía, bajo un sol de justicia, con la representación del arresto de Jesucristo por parte de los romanos, que luego debe cargar con una gran cruz de madera y más tarde es crucificado ante los lamentos de las tres Marías.

Este año participó en las crucifixiones, además de nueve filipinos, un cineasta danés, Lasse Spang Olsen, de 48 años, que hace un par de años fue testigo del rito religioso.

Olsen, al igual que el resto de los penitentes que decidieron crucificarse, no pudo reprimir un intenso alarido con cada uno de los clavos de unos siete centímetros de largo que atravesaron sus manos.

"Fue una gran experiencia entre Dios y yo", explicó a la prensa el danés tras la crucifixión, que incluso calificó de "divertida".

Sin embargo, el protagonista de las crucifixiones este año fue nuevamente Ruben Enaje, un pintor de señales de 53 años, que se crucificaba por vigésimo-octava vez consecutiva después de cargar con la enorme cruz de madera.

Enaje comenzó con este singular acto de sacrificio en 1986, cuando prometió crucificarse durante nueve años seguidos para dar las gracias a Dios tras haber sobrevivido una caída desde un segundo piso cuando estaba trabajando, según contó a la prensa.

Después juró hacerlo durante nueve años más para que la enfermedad de su hija, que sufría de asma, se curara, y otros nueve años para que desapareciera un bulto que le había salido a su mujer en la mandíbula.

"Es mi forma de expresar mi fe. Dios se ha apiadado de nosotros. Mi mujer y mi hija se han curado. Yo estoy sano y puedo trabajar...Y mi familia no ha tenido que saltarse ninguna comida. Dios ha sido bueno con nosotros", dijo Enaje para explicar por qué se crucifica de nuevo a pesar de cumplir ya con las 27 veces que prometió.

Los clavos atravesaron las manos de Enaje en el mismo punto de los últimos 27 años, y permaneció clavado a la cruz durante unos 5 minutos.

"Siempre es doloroso y sangriento", subrayó el filipino antes de la crucifixión, que señaló que la peor parte viene cuando hay que retirar los clavos y curar las heridas, que se cerrarán por completo uno o dos meses después.

La propia Iglesia de Filipinas afirma no apoyar este tipo de ritos, que califica de innecesarios.

"Es suficiente reconciliarse con Dios a través de las confesiones, rezos, servicios a la comunidad y realizando actos de caridad", ha declarado el líder de la archidiócesis de San Fernando, el arzobispo Paciano Aniceto.

"Si (la crucifixión) se hace sólo para que la gente te pueda hacer la foto y por convertirse en alguien popular, entonces se transforma en vanidad espiritual", ha dicho por su parte el jefe de la Conferencia de Arzobispos Católicos de Filipinas, Sócrates Villegas.

Pero la crucifixión es un rito que se celebra ya desde hace décadas en varias localidades, muchas de ellas en la provincia norteña de Pampanga, y que sigue atrayendo a miles de fieles al país más devoto de Asia, donde el 80 por ciento de los 100 millones de habitantes se declara católico.