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Cuando se cumplen 40 años desde su proclamación, don Juan Carlos asiste a los primeros pasos del reinado de su hijo desde un discreto segundo plano, con esporádicas apariciones públicas oficiales en cumplimiento de su nuevo e inédito papel en el que conserva el tratamiento de Rey sin ser ya Monarca.

Año y medio después de ceder el testigo al Heredero de la Corona, sigue contribuyendo a la agenda oficial de la Familia Real con participaciones puntuales en actos económicos, culturales o deportivos y mantiene su vinculación pública con la actividad de instituciones que contribuyó personalmente a poner en marcha.

Es el caso de la fundación Fondena para la protección de la naturaleza -constituida hace más de treinta años en la Zarzuela-, cuyo último acto público presidió don Juan Carlos el pasado martes, y especialmente la fundación Cotec para la innovación tecnológica, con la que volverá a aparecer junto a su hijo mañana en Madrid, después de haberlo hecho en Roma hace tres semanas.

No le han faltado tampoco ocupaciones de política internacional, la última hace tres días, cuando, acompañado por doña Sofía, se reencontró en Madrid con el rey Abdalá de Jordania y la reina Rania en una cena convocada por los Reyes Felipe y Letizia, y en este último año y medio ha realizado tres viajes en representación de la Corona: a Bogotá, Montevideo y Washington.

En todo caso, la programación de sus actos oficiales se adapta a su condición de exjefe de Estado, sin interferir en ningún momento en la agenda de Felipe VI, y permite a don Juan Carlos vivir a los 77 años su "jubilación" como Monarca lejos del foco de los medios, con frecuentes viajes privados dentro y fuera de España -algunos a destinos exóticos- compatibles con sus ejercicios de rehabilitación.

Muy lejos queda ya aquel 22 de noviembre de 1975 en el que, preocupado y agobiado por el peso de la responsabilidad, pidió desde la tribuna de las Cortes "generosidad y altura de miras" a los españoles para abrir todos juntos "una nueva etapa de la Historia de España", antes de asegurar: "Si todos permanecemos unidos, habremos ganado el futuro".

Dos días después de la muerte de Francisco Franco, aquel llamamiento a la unidad obedecía a la necesidad de evitar enfrentamientos en un momento crítico, cuando España, tras casi cuarenta años de dictadura, se encaraba con un reto de máxima dificultad: avanzar hacia la democracia de forma pacífica.

Su hijo protagonizaría 39 años después una proclamación en circunstancias muy distintas a las de aquel Príncipe que juraba como Monarca ante una Cámara no democrática, recibido con sorna como "Juan Carlos el Breve" por una oposición aún clandestina y consciente de los obstáculos que plantearían los mandos militares afines al franquismo, como reveló en toda su crudeza el 23F.

No obstante, el 19 de junio de 2014 seguía teniendo vigencia la apelación al consenso y la unidad, especialmente ante el creciente desafío soberanista en Cataluña, esta vez en boca de un nuevo Rey que emplazaba a los ciudadanos a que permanecieran unidos porque todos tienen cabida en la España "unida y diversa, basada en la igualdad de los españoles, la solidaridad entre sus pueblos y el respeto a la ley".

Ya no eran necesarias las referencias al Ejercito o a la Iglesia de 1975, pero seguía siendo válida la preocupación por la situación económica de los españoles en un discurso en el que aparecía además una inquietud impensable cuatro décadas atrás: el deterioro de la imagen de instituciones nacidas precisamente durante el reinado de su padre.

Y, entre ellas, la propia Monarquía, de modo que, cuando Felipe VI anima a recuperar la confianza perdida en las instituciones, también se compromete él mismo a ganarse el aprecio y respeto de los ciudadanos, después de unos años en que la popularidad de la Familia Real se había visto seriamente dañada, sobre todo a partir del estallido del caso Nóos.

El mensaje de que los representantes de la Corona deben "velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente" se convierte así en un compromiso fundamental del recién proclamado Rey, dispuesto a garantizar la continuidad renovada de la etapa histórica que inauguró su padre en aquella lejana ceremonia, a la que él asistía con siete años y gesto serio.