Cultivo de uvas para la fabricación de vino | ARCHIVO
(Actualizado

Las vides para producir uva de mesa y las cepas destinadas a fabricar vino comenzaron a cultivarse de forma simultánea y hace unos 11.000 años, coincidiendo con la llegada de la agricultura y unos 4.000 años más tarde de lo que la mayoría de los estudios científicos apuntaban hasta ahora.

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A esa conclusión ha llegado un equipo internacional de científicos tras realizar el análisis genético más grande que se ha hecho hasta ahora de numerosas variedades de vid, incluidas varias muestras de especies hasta ahora indocumentadas y pertenecientes a colecciones privadas.

UVAS DE RIOJA, RIBERA O RÍAS BAIXAS

Entre los centenares de variedades que se han secuenciado figuran 31 variedades autóctonas de vino blanco y tinto españolas, algunas de ellas pertenecientes a las principales denominaciones de origen (Rioja, Ribera del Duero o Rías Baixas) y más de 60 silvestres procedentes del norte y el sur de España.

La investigación, que se ha publicado en la revista Science, ha desvelado preguntas que hasta ahora, y a pesar de la importancia cultural y económica del vino, no tenían respuesta: cómo, cuándo y dónde se "domesticaron" las vides para empezar a producir uvas de mesa y vino.

El trabajo de los investigadores rechaza dos de las teorías más extendidas a lo largo de la historia y de la literatura.

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La primera, que la vid de vino cultivada se empezó a producir en Asia occidental y que de allí procedían todas las variedades de vino

La segunda, que las cepas destinadas al vino se cultivaron antes que las destinadas a producir uva de mesa.

MEJORAR EL SABOR, EL COLOR Y LA TEXTURA

Los científicos han demostrado ahora que hubo dos eventos para la "domesticación" de la vid y en dos lugares diferentes -en Asia occidental y en la región del Cáucaso- separados por más de 1.000 kilómetros.

Esto ocurrió hace unos 11.000 años coincidiendo con el advenimiento de la agricultura, lo que sitúa el origen de la uva de mesa y del vino unos 4.000 años más tarde que lo que apuntaban algunos estudios anteriores.

La secuenciación genética masiva que han realizado los investigadores ha desvelado que el las uvas de mesa y las de vino se cultivaron además al mismo tiempo, y ha permitido identificar algunos genes involucrados en aquella domesticación.

Estas prácticas permitieron mejorar el sabor, el color y la textura, lo que puede ayudar en la actualidad a los enólogos a mejorar el vino y a conseguir que las variedades sean más resistentes al cambio climático y a otras "tensiones".