El psicólogo clínico Francisco Villar, especialista en conducta suicida en adolescentes, defiende que el móvil debería hasta prohibido hasta los 16 años para evitar los perjuicios que redes sociales y otros contenidos pueden provocar en los menores y está convencido de que la regulación por parte de la administración acabará llegando.
Villar acaba de publicar el libro "Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos" (Herder Editorial), una obra en la que repasa la evidencia científica y su experiencia de diez años al frente del Programa de Atención a la Conducta Suicida del Menor del Hospital de Sant Joan de Déu de Barcelona.
En una entrevista con EFE, el psicólogo resalta que en la última década ha habido un empeoramiento de la salud mental entre los jóvenes, pero lo que ha incrementado "no es la patología mental, como los trastornos bipolares o la esquizofrenia, sino todo lo relacionado con la presión social, como la conducta suicida o la autolesiva, o los trastornos de conducta alimentaria (que sí son trastornos pero ligados a la presión social)".
En los últimos años, gracias al trabajo de la administración y de las asociaciones de supervivientes de suicidio, se han incrementado los recursos, se ha mejorado la formación y se han desplegado teléfonos de atención, planes de coordinación y guías que han ayudado a los profesionales de la salud mental y "han ido mejorando globalmente la situación" del suicidio, según Villar.
Pero, mirando los números, "el efecto ha sido el contrario, pasando en la última década de una media de 250 episodios de conducta suicida de menores al año atendidos en las urgencias de Sant Joan de Déu a mil casos el año pasado", explica el psicólogo.
Para el especialista, no hay duda que la culpa es de los móviles y las redes sociales: "La relación con las pantallas es inequívoca", concluye.
Evidentemente, "las pantallas no han creado el suicidio", ni tampoco la presión estética o el "bullying" ni el acoso sexual, aclara el psicólogo.
Pero, por ejemplo, antes de la era de los móviles las víctimas del acoso escolar o sexual podían "respirar cuando llegaban a casa" y había más opciones de intervención de un adulto -padres o profesores- que lo pudieran detectar.
En estos momentos, a través de los móviles, el "bullying" o el acoso sexual puede perpetuarse a todas horas y es más difícil de detectar por parte de los adultos: "Esta posibilidad de que alguien pueda intervenir desde el mundo de los adultos es una protección que ya ha caído", lamenta.
Un parque de atracciones sin protección
Como recoge Villar en su libro, existe evidencia del daño de las pantallas en edades tempranas desde hace tiempo, algo que también saben las multinacionales que crean contenido, y sin embargo se ha ofrecido todo este material a los adolescentes, denuncia el psicólogo clínico.
"Es una incoherencia, es como si hubiéramos creado un parque de atracciones en el que sabemos que hay peligros pero les decimos a los adolescentes: 'Id entrando, que voy haciendo caja y no os preocupéis, que los de ahora lo pasaréis mal y sufriréis daños pero aprenderemos a proteger a los otros en el futuro", ejemplifica Villar.
Prohibido en las edades más vulnerables
Para que los menores no sean "devorados" por las pantallas, el especialista propone en su libro prohibir totalmente antes de los 16 años el acceso al teléfono inteligente.
En esa edad ya se ha producido "un cambio evolutivo" en el proceso de maduración y se ha superado la edad de 14-15 años, la más crítica para la conducta suicida.
"Esta conducta empieza habitualmente a los 10 o 11 años, llega al pico a los 14-15 y empieza a bajar a los 16-17 años; es muy diferente un adolescente de 12 y uno de 16, y para mi antes de los 16 sería innegociable un teléfono", apostilla.
El psicólogo clínico recuerda que los menores antes de los 14 años son inimputables, precisamente porque a esa edad "no son capaces de valorar con profundidad algo que están haciendo"; sin embargo, muchos ya tienen un terminal a los 12 años o incluso antes.
Aunque en estos momentos pueda parecer una utopía, Villar está convencido de que "la prohibición llegará", como ocurrió años atrás en limitaciones de edad para poder conducir o la obligatoriedad del casco en la moto, en gran parte pensado para proteger a los hijos.
Sin embargo, el especialista aclara que la prohibición no es para el menor, sino para el adulto: "No está prohibido que un menor compre alcohol o entre en un espectáculo pornográfico; está prohibido que alguien le venda alcohol o le deje entrar", ejemplifica.
En este proceso es fundamental la administración, que debe establecer las normas: "Los padres necesitamos que la administración nos eche una mano, que nos apoye y que nos lo ponga más fácil", sostiene.
Mientras esto no llega, las iniciativas de autoorganización, que ya emprenden asociaciones de familias de alumnos e instituciones educativas para limitar teléfonos en entornos escolares o para retrasar al máximo la edad de acceso a un móvil, son una vía útil para proteger a los menores.
Y no hace falta tener la unanimidad de la clase: "Solo logrando que haya únicamente dos o tres niños de la clase con móvil, la batalla está ganada, pues al final los cambios sociales los hacen minorías conscientes", argumenta.