El general MacArthur temía a los mosquitos tanto como a los japoneses cuando, durante la guerra del Pacífico, se quejó de que por cada división que enfrentaba al enemigo tenía otra convaleciente de paludismo, una de las historias recogida en la "Historia de las moscas y de los mosquitos".
En esta obra. que lleva el subtítulo de "Y su influencia en el devenir de la Humanidad" (Arpa), ha recogido Xavier Sistach, especialista en historia natural antigua de los insectos, la influencia de estos bichos en la vida del hombre a lo largo de milenios y su presencia en el planeta desde hace millones de años.
Tras cuarenta años dedicados al estudio de la entomología, Sistach sostiene en su obra que "moscas y mosquitos son actualmente los insectos más nocivos para el hombre" pues muchas de las enfermedades que han trasmitido a lo largo de la historia siguen vigentes y su erradicación no se prevé a corto plazo.
Aunque admite que "la incidencia de peste y tifus es muy menor, podría decirse que prácticamente insignificante", Sistach señala la enorme significación histórica que han supuesto estas plagas en la historia de la Humanidad.
"Moscas y mosquitos son capaces de vehicular más de cien enfermedades, muchas moscas lo hacen como transmisoras pasivas y los mosquitos como vectores 'directos'", inoculando la infección a través de su picadura", advierte Sistach en el arranque de un libro en el que ha integrado historia, medicina, biología y entomología.
Sobre la antigüedad de estos males, el autor señala que el paludismo humano ocasionado por la especie de mosquito "vivax" tiene una antigüedad de unos 300.000 años y el provocado por la especie "falciparum", que resulta mortal, es mucho más reciente, de entre 30.000 y 50.000 años, mientras que el virus de la fiebre amarilla, también originado en África, tiene unos 3.000 años.
Las primeras descripciones del cólera están en textos griegos de hace 2.400 años y en la India también se conservan textos antiguos que describen la enfermedad y la ubican en las poblaciones asentadas en la ribera del Ganges.
En la antigüedad, sobre moscas y mosquitos, en palabras de Sistach, "se tenía la seguridad de que no aportaban nada bueno y era mejor evitar su presencia".
Y pone como ejemplo que algunas tribus africanas identificaran desde hace siglos al mosquito y la malaria con el mismo nombre, que fábulas griegas y autores romanos relacionaran el paludismo con el mosquito y que los mayas describieran la sintomatología de la fiebre amarilla que era transmitida por "una fuerza aérea", el mosquito.
Curiosamente, en los siglos XVIII y XIX naturalistas y científicos relacionaron de nuevo moscas y mosquitos con el cólera, el paludismo y la fiebre amarilla, pero no gozaron de credibilidad y sus teorías cayeron en el olvido.
Por eso no fue hasta finales del XIX y comienzos del XX cuando "los misterios de estas enfermedades, y otras como la peste y el tifus epidémico, fueron definitivamente desvelados".
Sistach señala en las conclusiones de su libro que los casos de "paludismo importado" por inmigrantes que pasan sus vacaciones en países endémicos y han perdido su inmunidad o viajeros que no han seguido un tratamiento preventivo correcto "han aumentado muy significativamente desde la década de 1970".
Actualmente se diagnostican entre 13.000 y 16.000 infecciones anuales en Europa, con una mortalidad de entre el 2 y el 3 por ciento.
Según Sistach, la reproducción de epidemias en Europa o América del Norte parece impensable y no deberían ser causa de alarma, sólo de respeto y extrema vigilancia" porque "existen los medios para detectar a los enfermos y aislarlos inmediatamente, controlar el vector de manera eficaz y en la mayoría de los casos administrar medicación efectiva".
Las moscas más antiguas, denominadas "moscas escorpiones" vivieron hace 240 millones de años y se supone que tuvieron una fuente de nutrición distinta del néctar, puesto que las flores modernas no aparecieron hasta cien millones de años después, mientras que el mosquito más antiguo conocido, de anatomía similar a las especies actuales, se encontró en un ámbar hallado en Canadá con una antigüedad de 79 millones de años, si bien los análisis genéticos de algunas especies elevan su antigüedad a 150 millones de años.