El Vaticano canoniza este domingo a dos de sus papas más recientes, Juan XXIII y Juan Pablo II, que subirán a los altares de la Iglesia Católica como santos, en una ceremonia que se espera multitudinaria y con asistencia de decenas de jefes de Estado y de Gobierno.
Los actos del 27 de abril, minuciosamente preparados y que han hecho que Roma y la Ciudad del Vaticano estén abarrotadas de cientos de miles de peregrinos, turistas y delegaciones oficiales, son el punto final de un reglado proceso de canonización.
A Juan Pablo II los fieles ya le habían ascendido a los altares tras el "santo subito" (santo ya) que resonó tras su muerte en la Plaza de San Pedro en 2005; en el caso de Juan XXIII su causa de canonización se había ido quedando atascada en la llamada "fabrica de los santos" hasta la llegada del papa Francisco.
Los dos futuros santos están tan próximos en el tiempo que sus causas se entrelazan, hasta el punto de que el segundo, el polaco Karol Wojtyla, fue el encargado de decretar las "virtudes heroicas" y la beatificación de Angelo Roncalli.
No obstante, ambos pontífices han atravesado un complejo proceso de canonización, requisito imprescindible para ser santo católico.
La primera etapa de este proceso es ser reconocido Siervo del Señor y, para ello, los postuladores de la causa presentan a la Santa Sede un informe que, tras su examen, tiene que emitir el decreto "Nihil Obstat".
Con este decreto se inicia oficialmente el proceso, al no darse ningún impedimento para que de comienzo, y se nombra al protagonista "Siervo del Señor".
La Santa Sede comenzó a estudiar el caso de ambos pontífices con celeridad.
El proceso del papa Bueno, como se conocía a Juan XXIII, comenzó en 1965, dos años después de su muerte, mientras que el del polaco fue el mismo año de su fallecimiento, en 2005, por deseo expreso de su sucesor, Benedicto XVI, quien eliminó el requisito canónico de esperar cinco años tras la muerte para comenzar la causa.
La siguiente etapa consistía en recibir el reconocimiento de sus "virtudes heroicas", un título que les convertiría en Venerables Siervos del Señor.
Para que esto suceda, una comisión jurídica vaticana se reúne para estudiar la ortodoxia de los textos que publicaron en vida y para atender a diversos testimonios de personas que han presenciado sus vidas.
Acto seguido, el relator del proceso, nombrado por la Congregación para la Causa de los Santos, elabora un documento denominado "Positio".
Se trata de un compendio de los relatos y de los estudios llevados a cabo por la comisión y que, una vez aprobado por el pontífice, concede a las diferentes causas el título de Venerable, el segundo paso hacia la santidad.
Juan XXIII fue Venerable más de tres décadas después de su muerte, en 1999, mientras que Juan Pablo II lo hizo cuatro años después de morir, en 2009.
Ya Venerables, el siguiente trámite es el de su beatificación.
Ser beato o bienaventurado supone representar un modelo de vida para la comunidad y, además, implica que el beato tiene la capacidad de ejercer de intermediario entre los cristianos y Dios.
Por esta razón, para alcanzar este grado, es imprescindible el testimonio de un milagro que se haya llevado a cabo gracias a la intercesión del Venerable.
Al papa italiano se le adjudicó en el año 2000 la curación de la religiosa italiana Caterina Capitano, que estuvo a punto de morir por una peritonitis aguda y que tras encomendarse a Juan XXIII, consiguió sobrevivir.
Asimismo, a Wojtyla se le atribuyeron numerosos milagros aunque para su beatificación, en 2011, fue imprescindible el caso de la monja francesa Marie Simon Pierre, aquejada de parkinson -la misma enfermedad que padecía el papa polaco- y cuya curación, según los médicos convocados por el Vaticano, "carece de explicación científica".
Con la asignación de estos supuestos milagros realizados por intercesión divina de los pontífices, Juan XXIII y Juan Pablo II subían oficialmente a los altares como beatos de la Iglesia Católica, el primero en el año 2000 y el segundo en el 2011.
Pero aún tendrían que afrontar el paso definitivo para la culminación de este complejo proceso, la canonización, su proclamación como Santos, para la cual es requisito imprescindible la realización de un nuevo milagro que debe producirse después de su nombramiento como beatos.
Es aquí donde se da otra de las particularidades que han caracterizado la causa de Roncalli y Wojtyla. En el caso del italiano, el papa Francisco, en 2013, decidió decretar su santidad a pesar de que aún no se había certificado ese segundo milagro.
No fue el caso de Wojtyla, quien intercedió, según la Iglesia, en la curación de una mujer costarricense aquejada de un grave aneurisma cerebral por el que los médicos le dieron un mes de vida.
Esta mujer, Floribeth Mora Díaz, que participará en la ceremonia del domingo, aseguró haber escuchado la voz del papa polaco que le decía "levántate, no tengas miedo" cuando se encontraba ingresada en un hospital y, tras estas palabras, comenzó su curación inexplicable para la ciencia.