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Las pruebas de neuroimagen pueden predecir con 15 o 20 años de antelación la aparición de los primeros síntomas del alzhéimer porque detectan algunos cambios cerebrales y una fase preclínica silenciosa y sin síntomas, lo que abre la puerta al tratamiento personalizado de la enfermedad. Según ha explicado el responsable de la Unidad de Neuroimagen de la Fundación Pasqual Maragall, Juan Domingo Gispert, está nueva técnica, que aún está en estudio, supone "un giro radical" en la investigación del alzhéimer.

Gispert ha participado esta tarde en Barcelona en la presentación del uso actual, evolución y futuro de las técnicas de neuroimagen para prevenir el alzhéimer, en el tercer encuentro de voluntarios y colaboradores del Estudio Alfa, al que ha asistido la práctica totalidad de los 2.743 voluntarios que participan en él, lo que lo convierten en el mayor del mundo en investigación de esta enfermedad.

En el año 2012, los responsables de este programa de investigación hicieron un llamamiento para conseguir 400 voluntarios, "y en dos semanas 3.000 personas mostraron su interés de ser voluntarios", ha recordado Gispert.

Los voluntarios que participan en el estudio, que se han reunido hoy en el Centro de Convenciones Internacional de Barcelona (CCIB), son adultos sanos de edades comprendidas entre 45 y 75 años, en su mayoría hijos de afectados por el alzhéimer, y que periódicamente se someten a pruebas genéticas y cognitivas, punciones lumbares y pruebas de neuroimagen.

Gispert ha explicado que a través de la combinación de técnicas de neuroimagen y de otros marcadores se puede detectar para cada persona en qué momento de la fase preclínica se encuentra y cuáles son los factores que pueden contribuir al desarrollo de la enfermedad.

Con la resonancia magnética y la tomografía por emisión de positrones (TEP) se pueden localizar en el cerebro de pacientes asintomáticos las placas que caracterizan esta demencia, ha explicado el responsable de la Unidad de Neuroimagen de la Fundación Pasqual Maragall.

Un subgrupo de 400 voluntarios se somete también a dos resonancias magnéticas, una TEP de amiloide, una TEP de glucosa y una punción lumbar, que repiten cada tres años durante décadas, con el objetivo de entender la historia natural de la enfermedad e identificar los factores de riesgo y los indicadores biológicos que podrían incidir en su desarrollo.

Entre los voluntarios del estudio está Armand Oliva, de 64 años, que ha explicado en una entrevista con Efe que se ofreció en 2014 "para que la ciencia y la medicina puedan avanzar" y que califica su experiencia como "muy positiva" A su madre le diagnosticaron la enfermedad con 78 años, su padre desarrolló una demencia y un tío materno también tuvo alzhéimer.

Oliva ha recordado que detectaron la enfermedad a su madre cuando vieron que "empezaba a olvidar cosas importantes y dejaba encendido el gas o abierta la puerta de casa", aunque la pérdida de memoria "más significativa se produjo en sus últimos dos años de vida, cuando empezó a olvidar incluso a su familia".

El voluntario ha reconocido que las pruebas a que se somete él son "muy duras", como test cognitivos de varias horas en los que debe memorizar, relacionar conceptos, habilidades matemáticas en series numéricas y explicar historias.

Ha de ir acompañado de su esposa o alguien cercano "porque se somete a preguntas sobre la vida cotidiana, y se comparan sus respuestas con las del acompañante", según Oliva.

El voluntario está "de acuerdo" en conocer los resultados de la investigación personal ya que "esto te permite intentar poner remedio en caso de que la enfermedad se desarrolle".

Sin embargo, no todas las personas quieren saber los resultados, por lo que la Fundación respeta la decisión de cada voluntario.

Oliva reconoce "no tener un miedo especial a contraer la enfermedad" ya que el factor genético "no es tan determinante", como ha corroborado Gispert, quien ha explicado que "la edad es el principal factor de riesgo para padecer alzhéimer".

Una de cada 10 personas mayores de 65 años tiene alzhéimer, según el neurólogo.

Según la Organización Mundial de la Salud, en el mundo hay 47,5 millones de personas con demencia y, si no se encuentra una cura efectiva, se prevé que en 2050 el número de casos se habrá triplicado.