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El satélite averiado de la Nasa, el Uars, continua su caida libre rumbo a la Tierra. Sólo se sabe que llegará esta tarde, pero se desconoce la hora y el lugar exacto. Según los expertos es imposible de determinar, el profesor de Astrofísica de la Universidad Complutense de Madrid, Manuel Cornide señala que la sonda va perdiendo altura, pero al llegar a la atmósfera sufrirá una importante desviación por el rozamiento, de ahí la imposibilidad de situar el lugar exacto donde impactará.

Teniendo en cuenta su situación, unos 160 km de altura sobre la Tierra, solo es posible afirmar que en el momento del impacto no estará sobre América del Norte, pero practicamente el resto del planeta, la franja situada entre mas- menos 50 grados, está en su órbita posible. Una enorme zona geográfica que incluye España. Aunque los científicos descartan que los restos del satélite caigan sobre una zona habitada, lo mas posible es que lo hagan sobre el mar.

El satélite, de casi 6 toneladas de peso y el tamaño de un autobús se desintegrará al entrar en la atmósfera, pero al menos 26 fragmentos caerán a la Tierra, con un peso total de mas de 500 kg podrían quedar dispersos en un radio de 800 km. Las posibilidades de que impacten sobre una persona, según la Nasa, son de una contra 3.200.

Mientras se acerca a la Tierra, un astrónomo aficionado francés ha conseguido grabar la imagen del Uars en el momento en que pasaba por el norte del Francia. El satélite fue lanzado al espacio en 1991 por el transbordador espacial Discovery, su misión ha sido entre otras, estudiar la capa de ozono de la alta atmósfera. Cumplida su misión la Nasa ha perdido el control de su órbita. Su gran tamaño le hace especial, aunque cada año al menos un centenar de fragmentos de basura espacial cae sobre nuestro planeta, la mayoría de las veces las piezas se desintegran totalmente al reingresar en la atmósfera.

En las próximas horas se desvelará la incógnita sobre el lugar del impacto del satélite, aunque las apuestas están servidas. Algunos expertos hablan de las costas chilenas, mientras los científicos rusos aseguran que será en las aguas del Pacífico en Papúa Nueva Guinea.