¡A tomatazo limpio!
40.000 jóvenes han librado hoy en Buñol la popular batalla
Cerca de 40.000 jóvenes procedentes de todo el mundo han librado hoy en Buñol (Valencia) la célebre batalla de la Tomatina, convertida este año en un acto de catarsis colectiva para olvidar los efectos de la crisis a golpe de tomate.
Los preparativos de este ritual de la hortaliza, que desde 1945 ocurre el último miércoles de agosto, comenzaron ayer al atardecer con un maratón de fiestas, bailes y conciertos prolongado hasta el alba por los contendientes.
Después una tregua en reposo latente; último acopio de fuerzas sobre el césped de los parques o en el interior de sacos de dormir extendidos en plena calle, aunque siempre cerca del recorrido de los camiones cargados de 120 toneladas de tomates que situaron a Buñol en el mapa de los festejos de Interés Turístico Internacional hace diez años.
Esta guerra a tomatazos que hace 67 años protagonizó un grupo de jóvenes del pueblo concita cada vez una mayor atención en todo el mundo. Los participantes europeos y asiáticos ya son parte habitual de este cuadro de tonos rojos, que este año ha recibido a visitantes de Australia, Brasil, Argentina o Letonia, entre otros muchos.
Los convocados a este acto de purificación tomatera han soportado el calor y la expectación de las horas previas entre los puestos de bebida, comida y ropa que surgen en las calles del municipio, tomadas también por oportunistas vendedores de gafas de buceo: la protección oficial contra los ácidos del tomate.
El uniforme mayoritario, al menos entre los que conocen de qué va este asunto, lo componen camiseta blanca y pantalón corto o bañador escogido con previsión de un posterior uso para trapos o depósito en el contenedor más próximo.
Algunos se han atrevido a completar la vestimenta con una peculiar protección craneal, un sandía vaciada y recortada en forma de casco.
También abunda el disfraz sin consigna establecida: conejos rosas, samuráis, cocineros, luchadores de kárate y trajes folclóricos españoles.
A medida que se acercaba la hora del lanzamiento tomatero, la estrecha calle por la que circulan los camiones entre miles de personas, estaba repleta de sonrisas impacientes y caras asustadas ante el poco espacio a compartir por gente, vehículos de gran tonelaje y hortalizas.
Los vecinos tiraban agua desde los balcones para aliviar la espera y el calor de agosto en un municipio valenciano del interior, pero muchos prefieren pasar este rato incumpliendo una de las "cinco reglas de oro" de la fiesta: "No rompas ni lances camisetas".
La Policía ha tenido que intervenir en multitud de ocasiones para evitar impúdicos males, si bien han sido los únicos incidentes de una Tomatina que en lo médico se ha saldado con una veintena de desvanecimientos y otros sufrimientos leves, como las irritaciones oculares.
Y a las once en punto suena el disparo de cohete que anuncia el estallido de la contienda, y entonces el centro histórico de casas blancas se transforma en un desastre rojo.
Los cinco camiones cargados de proyectiles han irrumpido en la calle comprimiendo los espacios, aumentando nervios y ansiedad. Ya no hay amigos ni compañeros, solo objetivos en un campo de alcance de mediana distancia sobre los que estrellar un tomate, impacto del que nadie escapa.
Envueltos en una de las mayores crisis económicas que recuerda la historia, este ejercicio de locura colectiva se ha revelado hoy como un acto de catarsis popular, en el que jóvenes y mayores han hecho lo posible por regenerar un espíritu machacado por tanta noticia negativa de mercados y estrechez monetaria.
Esta efímera liberación ha sido grabada, fotografiada y escrita por medio centenar de medios de comunicación procedentes de Japón -han participado unos 4.000 jóvenes de este país-, Australia, China, Corea, Alemania o Francia, entre otros muchos.
La "guerra mundial del tomate" ha cesado sesenta minutos después con otro disparo de pólvora que poco a poco ha ido revelando el estanque de salsa triturada en el que ha quedado convertido el pueblo. Se evaporará en pocas horas gracias a los propios vecinos y a los servicios municipales de limpieza.
"Nos lo habían contado mil veces pero hasta que no lo vives no te das cuenta de lo increíble que es", coinciden -con distintos acentos de inglés- jóvenes australianos y japoneses en declaraciones a Efe. Todos aseguran que repetirán e invitan a sus compatriotas a compartir esta experiencia.
Entre todos ellos, una sola objeción de un joven mexicano, el momento de "verdadero agobio" que se vive cuando pasan los camiones y te estrujan contra gente y pared. "¡Pero pasa pronto, y sigue la fiesta!", celebra con satisfacción.
Los participantes marchan al río y a las duchas portátiles para despojarse de los restos de tomate. Toca volver a mirar a la realidad, pero al menos hoy, muchos lo harán a través de una lente de color rojo.
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