José Luis Garayoa nació en Navarra pero lleva diez años viviendo en Kamabai (Sierra Leona), donde cada día, desde su labor de misionero, trata de "transformar" la realidad de una zona donde el ébola es solo "un problema añadido" al cólera, la malaria o a la mortalidad de tres de cada diez menores de 5 años.
Allí celebrará mañana el Domingo Mundial de las Misiones (Domund) "atendiendo en los poblados" y con una eucaristía en la que pedirá a los fieles que deben "también ser misioneros", una afirmación que se traduce, por ejemplo, en "quitarse de la cabeza de que un niño está marcado si ha perdido a sus padres por el ébola" y "acogerlo", según explica a Efe desde Sierra Leona en una conversación telefónica.
Para este sacerdote de la orden de los Agustinos Recoletos ser misionero "no es más que intentar predicar el Evangelio", algo que a su juicio conlleva en estos momentos no abandonar Sierra Leona: "¿Con qué cara puedo predicar algo si cuando mi pueblo sufre echo a correr? Hay que ser coherente y ser capaz de jugarte la vida por lo que amas".
Esa coherencia llevada al límite se la reprochan a José Luis quienes le aprecian, entre ellos Elisabeth Sesay, una joven de 30 años que ahora termina sus estudios de Derecho en Madrid gracias a la ayuda del misionero, quien se convirtió en "un padre para ella" desde el primer momento en que sus caminos se cruzaron en Kamabai.
Ella quería estudiar derecho pero su familia no podía pagarle la universidad. Gracias a los proyectos de José Luis Garayoa, consiguió cursar sus estudios, primero en Freetown -la capital- y después en Madrid.
"Es un gran hombre, le llamamos 'Granpa' porque es el abuelo de todos: ha construido colegios, más de 30 pozos para pueblos en los que no había agua para beber, ayuda a los que quieren ir a la universidad y busca fondos para pagar a los profesores", ensalza a Efe Elisabeth en una conversación telefónica desde Madrid.
Ella le admira, pero también le ruega que no ponga en riesgo su salud cuando se acerca a las poblaciones que están en cuarentena por el ébola a las que se dirige sin la protección reglamentaria, según observó cuando ella fue de vacaciones a su pueblo. "Con el dinero que le da la gente, compra arroz y pescado para llevarlo a las familias aisladas", explica Elisabeth.
José Luis, de 62 años, admite que no se viste "como un astronauta" para ir a los poblados pero asegura que no es ningún "kamicace": "Si me juego la vida es por predicar el Evangelio, y yo aprendí que eso significa dar una buena noticia, que es quedarte con alguien que está solo cuando todos corren por el ébola o hacer una escuela para quien no sabe leer y escribir".
Explica que cuando hace una década llegó a Kamabai, su "primera tentación fue echar a correr y volver a Pamplona", pero después se puso manos a la obra y comenzó una tarea de transformación social con la que asegura sentirse feliz. "Soy como el manager de una obra en la que participa mucha gente: hacemos escuelas, tenemos vacas y las familias comen gracias a lo que construimos", ejemplifica.
Y en esa labor, el ébola ha sido un problema añadido en Kamabai, la zona más pobre de un país que ocupa, a su vez, el último puesto en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de Naciones Unidas, el sexto en cuanto a pobreza y el tercero con menor esperanza de vida.
Lo sabe bien Elisabeth (cuyo nombre tribal es Yamasa, que significa, precisa José Luis, "alguien que sueña con llegar lejos y lo logra"), ya que su familia de labradores tiene serias dificultades para salir adelante como consecuencia del aislamiento del ébola.
"Están en casa sin salir, mi padre es ciego y mi madre no puede ir a su campo por la cuarentena. Y si no vende la yuca no come, ni ella ni las 18 personas que viven en mi casa", lamenta.
José Luis confía en que se controle pronto la epidemia. "Pero cuando eso suceda vivir en Sierra Leona seguirá siendo sinónimo de malaria, cólera, desnutrición, pobreza, aunque los medios ya no lo contaréis porque desaparecerá el interés por África", recrimina.
Y él, asegura, seguirá en Kamabai con un día a día que a duras penas puede planificar. "¿Escuchas el llanto de esta niña? Me iba a ir a comprar pero me la acaban de traer para que le dé un poco de leche. Ya he cambiado los planes", responde telefónicamente cuando Efe le pregunta por la rutina de un misionero.
La Iglesia Católica celebra mañana el Domund, día en que se reza y colabora económicamente en favor de la actividad evangelizadora de los misioneros y misioneras como José Luis, que desde Sierra Leona asegura que vivirá la jornada con satisfacción, pero como otra más.