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Paradas de metro con nombre de mujer
- Concha Espina, María Tudor, Manuela Malasaña, Eugenia de Montijo, Margarita González Lacoma y Beatriz Galindo han sido las únicas mujeres que han logrado dar nombre a una parada de metro.
Pese a ser la tercera red de metro más extensa en número de kilómetros de Europa (unos 294km, aproximadamente) y poseer un total de 302 estaciones, en el metro de Madrid tan solo hay seis paradas con nombre de mujer: Concha Espina, María Tudor, Manuela Malasaña, Eugenia de Montijo, Margarita González Lacoma y Beatriz Galindo. ¿Quiénes fueron? ¿A qué se dedicaron? ¿Cuál fue su historia? Ponemos cara a estas seis mujeres y te contamos cuáles fueron sus destacadas vivencias.
Concha Espina, escritora (1869-1955)
Entre las paradas Colombia y Cruz del Rayo de la Línea 9 nos encontramos con ‘Concha Espina’ que, además de ser la avenida en la que se ubica uno de los estadios de fútbol más conocidos del mundo, el Santiago Bernabéu; también fue el nombre de una escritora española de la generación del 98.
Pero llamémosla por su nombre, Concepción Rodríguez-Espina y García-Tagle. Con tan solo 19 años logró publicar sus primeros versos en El Atlántico de Santander y, cuando se trasladó junto a su familia a Latinoamérica se convirtió en colaboradora habitual de algunos periódicos argentinos y chilenos, como El Correo Español. Además, durante su estancia, dio a luz a su hijo, el que más tarde se convertiría en uno de los grandes escritores españoles, Víctor de la Serna. Por culpa de los celos profesionales que sentía su marido, acabaron separándose.
En su regreso a España, en 1898, continuó con su labor como colaboradora, en La Libertad, La Nación y El Diario Montañés.
Aunque escribió muchos géneros –poesía, estudios, etc-, destacó en narrativa y gracias a ella alcanzó la notoriedad de la que goza hoy en día. A lo largo de su carrera escribió aproximadamente 70 obras y recibió dos premios de la Real Academia Española, por las novelas ‘La esfinge maragata’ y ‘Tierras del Aquilón’; un Premio Nacional de Literatura por ‘Altar Mayor’; fue candidata tres años consecutivos al Premio Nobel de Literatura y, en 1950, recibió la Medalla al Mérito en el Trabajo.
María Tudor, Reina de Inglaterra e Irlanda (1516-1558)
La línea 1 de Metro Ligero atraviesa el moderno barrio de Sanchinarro y en él nos encontramos con la parada: María Turdor. Pero, ¿quién fue esta noble mujer?
María I de Inglaterra o María Tudor, como fue bautizada en honor a su tía María Tudor, consorte de Francia; fue la única hija del matrimonio de Enrique VIII con su primera esposa, Catalina de Aragón, que sobrevivió a la infancia. Aunque también se la conoció por el sobrenombre de María la Sanguinaria (Bloody Mary, en inglés), debido a las ejecuciones que marcaron su reinado.
Desde que se autoproclamara reina tras la muerte de su hermanastro, Eduardo VI -fruto del sexto y último matrimonio de su padre-, declaró la guerra al protestantismo e intentó que se restableciera la fe cristiana en los dos reinos que gobernaba, derogando, así, la reforma anglicana impulsada por Enrique VIII y seguida por su hijo.
Lo primero que hizo María Tudor para reconciliarse con la Iglesia fue despojar de todos los beneficios a los sacerdotes casados y encarcelar a los líderes eclesiásticos protestantes. En 1554, y no contenta con lo conseguido hasta la fecha, reimplantó con la ayuda del Papa Julio III de Roma las ‘leyes de la herejía’, abolidas durante los reinados de Enrique VIII y Eduardo VI.
Durante los cuatro años restantes de su reinado se persiguió y ejecutó a todos aquellos que practicaran la fe protestante. En total unas 283 personas pertenecientes a familias acaudalas ardieron en la guerra. De aquí su sobrenombre: Bloody Mary. Muchos otros decidieron huir del país.
Antes de morir, designó a su hermanastra Isabel I -hija del segundo matrimonio de su padre- sucesora del trono. La nueva soberana revocó todas las medidas implantadas por María y restableció la fe protestante, a la que ella misma pertenecía.
Eugenia de Montijo, ‘influencer’ y última emperatriz de Francia (1826-1920)
Eugenia de Montijo, la mujer que ha dado nombre a la parada de la Línea 5 situada en Carabanchel, pasó a la historia por ser la última emperatriz de Francia y una de las primeras ‘influencers’.
Sus padres, pertenecientes a la aristocracia española, creyeron conveniente enviarla a estudiar a Francia y, posteriormente, debido a su fuerte carácter y rebeldía, decidieron matricularla en un internado en Bristol.
Tras la muerte de su padre, en 1839, ella y su familia se establecieron en el país galo. Allí conoció a Luis Napoleón Bonaparte, único presidente de la Segunda República Francesa, aunque acabó convirtiéndose en emperador de Francia, tal y como hizo su tío abuelo, Napoleón Bonaparte, décadas atrás. Con él se casa en 1853 y, tras varios abortos, tienen a su primer y único hijo: Napoleón Luis Bonaparte, Príncipe Imperial.
Durante los años que ocupó el cargo de Emperatriz, Eugenia de Montijo fue una gran defensora de la cultura, propulsora de la industria de alta costura y fundó y visitó asilos, orfanatos y hospitales. También apoyó a la ciencia y un gran ejemplo de esto fue su implicación en las investigaciones de Louis Pasteur, descubridor de la vacuna contra la rabia.
Además, acudió a la inauguración del Canal de Suez junto a otros altos cargos europeos y regentó Francia hasta en tres ocasiones diferentes.
Destacó por su lucha a favor de las mujeres y, entre muchos otros logros, otorgó la Legión de Honor a la pintora Rosa Bonheur, que se convirtió en la primera mujer en ostentar esta importante distinción francesa. Buscó la comodidad de las damas burguesas y fomentó el polisón, más cómodo y ligero que el antiguo miriñaque.
También es recordada por convertirse en la primera ‘influencer’ de la historia. Su elegancia y estilo influyeron mucho en el mundo de la moda. Se convirtió en la Lady Di del momento. Tanto es así que dio nombre a un estilo de sombrero, el sombrero Eugenia, que se popularizó en España años más tarde gracias a la actriz Greta Garbo.
Curiosidades:
- Tenía una de las colecciones de joyas más importantes de la época. Muchas de ellas han acabado en el Museo del Louvre, como sus espectaculares tiaras cargadas de piedras preciosas.
- Posee una conmemoración espacial: el asteroide 45 Eugenia.
- Un archipiélago con su nombre: el archipiélago de la Emperatriz Eugenia, en el mar de Japón.
- El investigador John Gould le puso su nombre a una paloma: Ptilinopus eugeniae
- Tres importantes artistas españolas, Concha Piquer, Marujita Díaz y Rocío Dúrcal, le dedicaron una canción.
Manuela Malasaña, bordadora y espíritu de la rebelión (1791-1808)
Aparte de un barrio y una parada de metro de la Línea 12, Manuela Malasaña fue la viva imagen de la revolución. Esta joven bordadora, hija de un panadero francés afincado en España y de su esposa, murió víctima de los levantamientos que se produjeron en Madrid contra las tropas napoleónicas.
Esta mujer de rostro incierto, endulzada e idealizada en cuadros, ya que poca gente recordaba con exactitud los detalles de su rostro; debía ser famosa en su barrio, el barrio de las Maravillas, por su juventud y simpatía.
Las condiciones de su asesinato durante el Levantamiento del Dos de Mayo de 1808 se desconocen. Algunos dicen que salió a defender, junto a otros jóvenes y algunos miembros de su familia, el Parque de Artillería de Monteleón (actual plaza del Dos de Mayo), cuando una bala del bando enemigo la alcanzó.
Aunque otras historias afirman que, tras salir del taller de costura la jornada del 3 de mayo, unos guardias la aprisionaron y la ejecutaron porque entre sus ropas encontraron un ‘arma’. Este ‘arma’ eran unas tijeras de coser.
Sea como fuere su injusta muerte, Manuela Malasaña se convirtió en toda una leyenda. El espíritu de la rebelión. En definitiva, se la dibujó como una heroína y, con los años, se tornó en uno de los iconos del feminismo actual.
Por eso, y para conmemorarla, a una de las principales calles que atravesaban su antiguo barrio se le dio el nombre de Manuela Malasaña. Debido a la extensión que esta tenía, a finales del siglo XX, el barrio comenzó a ser conocido como barrio de Malasaña.
Lacoma, empresaria y costurera
Aunque sea difícil de creer, la parada de metro de la Línea 7 ‘Lacoma’ poco o nada tiene que ver con el signo de puntuación.
Esta estación debe su nombre a Margarita González Lacoma, una mujer de orígenes inciertos -algunos dicen que procedía de Valladolid y Santander- que destacó en la sociedad madrileña de mediados del siglo XX por su negocio: La Casa Lacoma.
Margarita dedicó su vida a la costura. Sus manos tenían un don. Por eso no es de extrañar que lograra abrir su propio negocio en plena Gran Vía. La Casa Lacoma, se convirtió en uno de los talleres más prestigiosos de la capital, a él acudía la crème de la crème madrileña a quienes confeccionaba las más espectaculares vestimentas.
En 1949, fundó la importante empresa de textiles Marcudos SL junto a Pilar Cudos Velasco. Junto a ella también crearía Cudosmar años más tarde. Los nombres de sus dos empresas fueron fruto de una ingeniosa combinación que ambas hicieron de su nombre y apellido.
Además, promovieron la creación de la Colonia de Lacoma, en el barrio de Peñagrande, un conjunto de viviendas destinadas a obreros.
La Latina, escritora y maestra (1465-1535)
Cuántas veces nos habremos bajado en La Latina y cuántas nos habremos preguntado a qué se debe este nombre. Pues bien, la Latina o Beatriz Galindo, que así se llamaba la mujer que ha dado nombre a esta estación, fue una auténtica amante de las letras.
Nació en Salamanca, en el seno de una familia acaudalada que había caído en desgracia. Debido a su inteligencia, sus padres decidieron instruirla en gramática en la universidad de su ciudad, donde también recibió clases de latín y griego.
Con tan solo 15 años, era capaz de traducir, hablar y escribir perfectamente la lengua itálica. Tanto es así, que su fama se extendió y pasó a ser conocida por el sobrenombre de ‘La Latina’.
Algunas historias dicen que fue debido a esta fama. Otras a que pudo ser la hermana de Gaspar Gricio, secretario del príncipe Juan y posteriormente de la Reina Isabel. Pero el final fue el mismo, Beatriz Galindo acabó trabajando en la corte de Isabel la Católica, en 1486.
A través de sus clases de latín se ganó la confianza de la monarca, quien, además, tenía en muy alta estima sus consejos.
Durante sus años en la capital, Galindo fundó el hospital de la Latina, los conventos de Concepción Franciscana y de Concepción Jerónima. Algunas historias también cuentan que mandó construir el Palacio de Viana, en la calle del Duque de Rivas, donde se retiró tras la muerte de su marido, Francisco Ramírez de Madrid, consejero de los Reyes Católicos.
A la Latina también se le atribuyen otros escritos, algunos de ellos en forma de poesías.