Así fue la investigación de 'M-30: sobrecostes soterrados'
Antonio Díaz Pérez
El reportaje 'M-30: sobrecostes soterrados' se abre con un plano aéreo que recorre el trazado de la circunvalación poco antes de que concluyeran las obras. La cámara se detiene unos segundos en una hendidura inmensa abierta en el margen de la calzada de la que despunta un artefacto enorme y sofisticado: una de las dos tuneladoras que se utilizaron para horadar los famosos túneles de la M-30. La idea de formato que hemos pretendido desarrollar en Crónicas subterráneas mezcla el rigor de la investigación periodística con la narrativa cinematográfica. Y todo cinéfilo avezado sabe que la primera escena de una película rara vez es casual.
Hasta el 2007, año en el que se completaron las obras de ampliación y soterramiento, la principal autopista de circunvalación de Madrid era conocida por sus atascos kilométricos. La ciudad no se había adaptado a la expansión del parque automovilístico de la región y adentrarse en la M-30 -imprescindible para acceder desde el centro a la periferia y viceversa- era una experiencia parecida a la de adentrarse en uno de los círculos del Infierno de 'La Divina Comedia'. "Qué porvenir, quiero salir, será mejor dejar el coche tirado y huir" era la solución que proponía Barón Rojo en 'Colapso en la M-30', quinta canción de su disco 'Obstinato' (1989).
No cabe duda de que el Ayuntamiento debía atajar este problema. En 2003 el entonces presidente de la Comunidad, Alberto Ruiz-Gallardón presentó su plan de remodelación en forma de promesa electoral integrada en su programa como candidato a la alcaldía de la ciudad. Venció por mayoría absoluta, las obras se completaron antes de las siguientes elecciones en las que salió reelegido revalidando la mayoría y el resto de la historia ya la conocemos. O eso es lo que todos creíamos.
Cuando el equipo de Crónicas subterráneas se puso a trabajar en este tema, partía de una pregunta: si las conclusiones a las que había llegado la Comisión de Investigación de 2017 sobre la sociedad que gestiona la M-30 eran tan contundentes, ¿por qué la Fiscalía no había actuado de oficio para determinar si todas esas irregularidades denunciadas constituían en realidad algún delito? Las respuestas podían ser dos: la existencia de una gran conspiración o la ausencia de pruebas fehacientes. En el caso de que la segunda solución, por sencilla, fuera la más probable, suscitaba una segunda pregunta: ¿Debíamos achacar entonces a la incompetencia de quienes gestionaron el Ayuntamiento y la remodelación los sobrecostes milmillonarios y las sentencias en Europa y en España que declaraban ilegales la mayoría de los tramos de las obras?
Así que nos pusimos un objetivo ambicioso: construir un relato definitivo sobre las obras de la M-30 en el que pudiésemos responder a estas preguntas. Y para ello necesitábamos contar con el mayor número posible de voces. Las tres líneas de investigación estaban claras, pero el inmenso trabajo, el esfuerzo y la determinación de nuestros periodistas Raquel Riaño, Noelia Cañas y Henry Molano no se puede despachar en unas líneas y es mucho más bonito descubrirlo en pantalla.
Es un reportaje con aciertos pero también con errores. Cuando una fuente confidencial te hace llegar una información, tu compromiso con la confidencialidad se mantiene. La novedad respecto a la que dudas es qué ocurre si tus compañeras de la Unidad de Datos te verifican con peritos informáticos que esa información ha intentado ser alterada en algún momento de la cadena digital.
Volvamos a esa tuneladora que habíamos colocado al inicio del reportaje. Ella es la verdadera protagonista de esta historia. Se llama Dulcinea y nos ha traído a todos de cabeza durante semanas. Todo empezó con una pregunta del subdirector Adolfo Moreno: "¿Esto que dice esta entrevistada es verdad?" Le siguieron un hallazgo imprevisto de este periodista que escribe y días frenéticos de comprobaciones -de nuevo Pozzi apuntalando con sus datos el túnel que estábamos abriendo- supervisadas por nuestro director, Tomás Ocaña. No me voy a parar ni un solo segundo en describir todo lo que he aprendido con Tomás durante estos meses de trabajo, pero quiero que quede constancia.
Dulcinea, que duerme el sueño de los justos en un lugar de la Mancha -parece ser que en la provincia de Cuenca-, fue concebida con amor, pero no sin pecado. Y eso cambiaba mucho las cosas. Pero todo esto también es mucho mejor descubrirlo en pantalla.
Una última cosa: este reportaje habría sido mucho peor, más feo y menos sutil si no hubiera sido por el trabajo de todo el equipo que estaba detrás del escenario: el director de la fotografía Iván Fernández y los operadores Alina O’Donnell y Óscar Gómez, los editores Sergio Navarro primero y Juanlu Guerrero después, el grafista Héctor Blázquez y la productora ejecutiva Marta Ruiz, que pulió el relato con la paciencia y la diligencia de una orfebre.