Nadal, un año de luces y sombras
Las lesiones le han castigado duramente
Rafa Nadal vive envuelto en una espiral de misticismo, la del deportista portador de un aura pulcra que, por otra parte, se ha ganado a pulso por haber hecho historia en el mundo del tenis, por haber remontado partidos en los que parecía desahuciado y por recuperarse de reveses físicos y personales como si de un extraterrestre se tratara.
El pasado martes, el de Manacor se quedó casi sin opciones de continuar en las Finales ATP tras su derrota ante Félix Auger-Aliassime y certificó su eliminación debido a la victoria de Casper Ruud -concretamente, en cuanto este ganó el primer set-, en un curioso devenir de los acontecimientos, ya que el canadiense es el pupilo de su tío y mentor Toni Nadal y el noruego es alumno de la Rafa Nadal Academy.
Nadal, mermado por las lesiones y falto de ritmo de competición, no pudo romper el maleficio que carga cuando se presenta este torneo, el de una Copa de Maestros que nunca ha conseguido ganar y que se disputa en unas condiciones que no favorecen nada al balear, en pista dura y cubierta, en la que la bola se acelera y se pierde el efecto de la misma, al tiempo que no interfieren el sol y el viento.
En la sala de trabajo del Pala Alpitour de Turín, en la que todos los periodistas se aglutinan para escribir de los partidos de la jornada, hubo un denominador común la mañana en la que Rafa se jugaba su presencia en la cita que reúne a las ocho mejores raquetas del circuito, a excepción del español Carlos Alcaraz, que ya certificó su número uno, como mínimo, hasta el próximo 30 de enero de 2023, una vez finalice el Abierto de Australia.
Antes del partido, todos empezaron a hacer cuentas, a escribir números, a teorizar con posibles resultados, algo muy poco habitual de este deporte en lo que a competición se refiere, ya que suele ser algo más sencillo: el que gana sigue, el que pierde se elimina.
Al ser una reunión con fase de grupos, cabía la posibilidad de que, incluso perdiendo, Nadal pudiese acceder a las semifinales, siempre y cuando las improbables y correspondientes cábalas se cumplieran al milímetro.
"Hazle una foto a este marcador, si lo remonta vuelve a hacer historia", dijo un periodista. "Tengo la crónica hecha, pero no me fío de Rafa. Es capaz de todo, nunca se sabe", le replicó otro cuando Auger-Aliassime mandaba 5-3 en el segundo set, a punto de cerrar el partido y de dar el pistoletazo de salida a las matemáticas. Y es que con Nadal nunca se sabe.
Algunos tardaron más en hacer las cuentas que otros, pero al final toda la sala llegó a una conclusión común tras la derrota de Rafa: si Ruud hacía un set ante Fritz en el turno de noche, estaba eliminado.
La acción se traspasó entonces a la rueda de prensa del número dos del mundo, un Nadal que ni siquiera confiaba en las cifras y que se dio a sí mismo por eliminado.
"Mañana comienza mi temporada 2023", sentenció en su intervención, en la que felicitó a su compatriota Alcaraz por finalizar número uno de la temporada, a pesar de que en ese momento no era oficial y de que todavía podía arrebatarle esa condición. "Bien hecho por Carlos, es una gran noticia para el tenis español, se lo merece tras un gran año".
Las declaraciones de Rafa no aliviaron el ambiente, no le liberaron de esa mística que le acompaña, probablemente, de manera involuntaria, y todavía antes del partido que podía mantenerle vivo se respiraba cierto optimismo. Porque con Nadal nunca se sabe.
Se llevó Ruud el primer set y acabó con las opciones matemáticas del español. Sigue muy presente, en cambio, el aura épica de un jugador al que, con 36 años, que ha reconocido ya no lucha por ser número uno, que elige a conciencia sus torneos para poder sacar el máximo rendimiento, se le pregunta sobre sus posibilidades en el próximo Grand Slam, al que podría llegar como segundo cabeza de serie y para defender una corona que quién sabe si podría volver a llevarse. Porque con Nadal nunca se sabe.
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