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El siglo XIX es sinónimo de industrialización, de modernización y de crecimiento. Los habitantes de las ciudades, cada vez más pobladas, necesitaban un lugar para trabajar y para vivir y las reformas urbanísticas se encargaron de buscar estos espacios. Las demoliciones supusieron la pérdida de patrimonio, pero sirvieron para redefinir nuevos espacios, modernizar los usos y, sobre todo, abrir nuevas vías de comunicación. Precisamente, Desmontando Madrid se centra en este programa en dos de sus principales vías: la Gran Vía y el Paseo de la Castellana.

“José I Bonaparte fue el rey que mejor supo cómo llevar a cabo una red de desamortización en Madrid”, nos cuenta Julián Vadillo Muñoz, profesor de Historia de la Universidad Carlos III. La plaza de Santa Ana fue uno de los lugares que experimentó el nuevo programa de urbanismo ordenado, cuyo objetivo era la creación de plazas y vías públicas amplias.

“Mendizábal fue otro de los grandes desamortizadores del siglo XIX”, sigue Julián, con el que visitamos la plaza de San Martín, otro de los puntos de la ciudad que cambiaron con el derribo de la antigua iglesia. Además, el convento se reutilizó para otros usos, como Diputación, cuartel de la Guardia Civil o Caja de Ahorros. En la actualidad recibe el nombre de la Casa de las Alhajas.

La plaza de Ramales fue otra de las ubicaciones de nueva creación del siglo XIX. Se creó durante el reinado de José I tras los derribos del convento de Santa Clara y la iglesia de San Juan, donde estaba enterrado Velázquez. Sin embargo, durante las obras de demolición se perdió el cuerpo del ilustre pintor.

¿Sabías que, si contamos los sótanos, el Teatro Real tiene la altura de un edificio de 26 plantas? ¿Y que el edificio se utilizó como salón de baile, depósito de pólvora, cuartel de la Guardia Civil y salón de sesiones del Congreso? Eduardo Valero, investigador de Historia de Madrid, nos cuenta la historia del Teatro Real y de la Plaza de Oriente.

“La segunda mitad del siglo XIX en Europa fue un periodo de turbulencia positiva, debido a la llegada del liberalismo”, nos explica Ángel Bahamonde, catedrático de la Universidad Carlos III. En esa época Madrid aumentó mucho su población debido a las migraciones desde el campo, por lo que se tuvieron que derribar las cercas y la ciudad se expandió.

En el siglo XIX se construyeron varios mercados cubiertos en Madrid con unas características similares: de hierro, con una gran cantidad de luz natural y que se podían ventilar. Hablamos del Mercado de San Miguel, del de la Cebada y del de los Mostenses. Cada uno de ellos se especializó en la distribución de un producto diferente dependiendo de la zona en la que se encontraban, ya que cada uno coincidía con una ruta comercial.

Después de varias propuestas fallidas, el proyecto de la Gran Vía no se retomó definitivamente hasta 1895. Las obras se alargaron en el tiempo y fue necesario derribar 350 edificios, hacer desaparecer 14 calles y transformar otras 34. Unas obras de gran magnitud que se hicieron en tres fases que se alargaron durante 40 años. Rafael Simón Acre, Doctor en Historia, y Santiago de Miguel Salanova, investigador postdoctoral de la UCM, nos acompañan por la emblemática calle de Madrid para contarnos su historia.

“El Paseo de la Castellana fue un eje viario utilizado por la aristocracia y las clases pudientes para pasear y dejarse ver”, nos cuenta Gema González, licenciada en Historia y guía. El primer nombre que recibió la Castellana fue el de Paseo de las Delicias de la Princesa, en honor a la heredera de Fernando VII. A lo largo de su extenso recorrido podíamos encontrar jardines, fuentes e, incluso, un hipódromo.