Dime cuál es tu oficio y te diré cuál es tu calle de Madrid
El callejero de la capital está repleto de nombres de profesiones de todo tipo
¡Descubre qué calle de Madrid lleva el nombre de tu profesión!
El callejero de Madrid está repleto de oficios que imprimieron su nombre y de leyendas que, reales o inventadas, han dejado su impronta hasta nuestros días. Detrás del título de cada calle existe una increíble historia, muchas de ellas de origen medieval.
Los cuchilleros, las botoneras, los curtidores, los herradores, los cofreros o los latoneros son solo algunos de los empleos que se reúnen en el casco histórico de la ciudad. Pero no son los únicos. En el distrito de San Blas-Canillejas, por ejemplo, también se concentran numerosos gremios, como el de los herbolarios, el de los ópticos, el de los escultores o el de los delineantes, entro otros tantos.
Así que te proponemos un histórico recorrido por la extensa red madrileña de calle, plazas y rincones. Un paseo por increíbles leyendas para desempolvar el origen de esas vías que están estrechamente ligadas a un oficio. ¡Descubre en nuestro mapa qué calle de Madrid lleva el nombre de tu profesión!
Durante la época del Madrid musulmán, llamado Mayrit o Magerit, la actual calle Mayor, unos terrenos situados a las afueras de la ciudad, se convirtió en un zoco árabe llamado Al-Sua Al-Kabir. Con el paso de los años, y tras la conquista cristiana, aquí se construyó una plaza (conocida primero como del Arrabal y, después, como Mayor) para concentrar todo el comercio en un único lugar.
Poco a poco, los artesanos fueron instalándose en las zonas aledañas de la plaza, dando lugar a los nombres de oficios por los que hoy se conocen estas calles. Pero existe otro motivo por el que barrios como el de La Latina cuenten con tantas calles con nombres de oficios tradicionales.
Y es que, en la Edad Media, las autoridades prohibieron que los artesanos instalaran sus tiendas y talleres dentro de Madrid. Es por eso que decidieron situarse en los lugares cercanos a las puertas de entrada a la ciudad, como las de Puerta de Toledo o Puerta Cerrada. Estas zonas, además de próximas al casco urbano, eran concurridos puntos de paso por los que transitaban numerosos viajeros y por los que entraban y salían las mercancías.
La calle de Cuchilleros
La calle de Cuchilleros recibió este nombre porque aquí se reunía el gremio de cuchilleros desde el siglo XVII. Estos artesanos se encargaban de la fabricación y venta de cuchillos y otros instrumentos cortantes, como tijeras y espadas.
La calle forma parte del antiguo foso o cava de Puerta Cerrada (actual Cava de San Miguel) que discurría al pie de la ya extinta muralla medieval. La elección de esta calle por los cuchilleros tiene su lógica: justo al lado, en la Plaza Mayor, se hallaba el mercado de carnicería (la Casa de la Carnicería).
El escritor Pedro de Répide, primer representante del Cuerpo de Cronistas Oficiales de la Villa de Madrid, escribió a principios del siglo XX que, tanto el arco como la calle de Cuchilleros, eran una zona “de poca animación durante el día y, durante la noche, campo de exploración de la baja galantería”. De ahí que aquí florecieran tabernas, figones y bodegas como La Daniela, La Traviesa, Asquiniña, Bodegas Ricla, Las Cuevas de Luis Candelas y el Botín.
La Ribera de Curtidores
Denominada antiguamente como calle de las Tenerías, la Ribera de Curtidores recibe su nombre de las curtiembres (también conocidas como curtidurías o tenerías) que se instalaron en la zona aprovechando su proximidad a los antiguos mataderos.
La Ribera de Curtidores corre casi paralela a la calle de Toledo, vía por donde entraba el ganado con destino a los mataderos. El sacrificio de los animales generaba una gran cantidad de pieles que los curtidores transformaban en cuero.
Hasta finales del siglo XV, el gremio de curtidores se concentraba en Caños del Peral, hoy conocidos como plaza de Isabel II. En 1497 se instaló cerca de la Puerta de Toledo el primer matadero municipal de Madrid, por lo que los Reyes Católicos recomendaron que el gremio se trasladara a esa zona.
Con el paso de los siglos, otros gremios empezaron a frecuentar la calle, como los anticuarios, las almonedas y los ropavejeros, germen del mercado al aire libre más popular de Madrid, el Rastro. Precisamente, el nombre de “rastro” viene dado por el reguero de sangre que dejaban los animales degollados que iban camino del matadero a los talleres de curtiduría.
La calle de los Latoneros
Los latoneros eran un gremio muy respetado en el Madrid del siglo XVI. En esa época se extendió uso del latón en la fabricación de utensilios y adornos, en sustitución del cobre y el bronce.
Se establecieron en la zona de Puerta Cerrada y calle de Toledo, enclave en el que se concentraban muchas de las iglesias madrileñas, sus principales clientes, ya que estas necesitaban numerosos trabajos de latón.
Entre los trabajos más requeridos a los latoneros estaban los braseros con patas de garras y las bandejas con asas en forma de delfines para recoger la limosna de los fieles en las iglesias. También fabricaban las cajas que recogían los donativos de los fieles a la entrada de los templos, llamados “cepos” porque su forma impedía que el dinero fuera robado (de ahí proviene el nombre de “cepillos”).
Sin embargo, el oficio de latoneros era uno de los más regulados de la época. No solo tenían una lista con los objetos que podían hacer, sino que estaba castigado salirse de ella.
Cuentan las crónicas que en esta calle trabajaba “el latonero poeta”, un latonero que recitaba versos mientras trabajaba. Según cuentan, esta afición llamó la atención del conde-duque de Olivares, que lo llevó en presencia del rey.
Cuando llegó ante él, Felipe IV le dijo: “Hombre, dícenme que vertéis perlas”. A lo que el latonero contestó: “Sí, señor, mas son de cobre, y como las vierte un pobre nadie se baja a cogerlas”.
La calle de Botoneras
Entre la Plaza Mayor y la calle Imperial se encuentra la calle de Botoneras. Sin embargo, el nombre del gremio no era el de “botoneras”, sino el de las “quincalleras”. Estos comercios producían y vendían todo tipo de productos de metal de escaso valor y a un precio económico, pero una de las mercancías más demandadas eran los botones, de ahí el nombre de la vía.
Según los reglamentos de su gremio, las botoneras debían ser decentes, honradas, reputadas y discretas, ya que en sus negocios entraban nobles, pajes y militares en busca de botones y quincalla para sus vestimentas.
Estas mujeres llegaron a tener tanta relevancia que llegaron a tener, entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, puestos de venta de botones en el mercado de la Plaza Mayor, convirtiéndose en uno de los gremios más valorados junto al de las verduleras y al de las fruteras.
La calle de Bordadores
La calle de Bordadores, antiguamente calle de San Ginés, es una céntrica vía de Madrid que une la calle Mayor con la del Arenal. Sobra decir que el gremio que se estableció aquí fue el de los bordadores de seda, allá por mediados del siglo XV.
No todo el mundo podía costear un bordado, por lo que los principales clientes de este gremio eran gente adinerada. El rey Juan II de Castilla fue el responsable de que los bordadores se establecieran en esta zona de la ciudad y su mujer una asidua a sus tiendas.
Otra clienta muy especial que tuvieron los bordadores fue Santa Teresa de Jesús. La monja encargó un manto para el convento que fundó en honor a San José, manto que los bordadores hicieron encantados. Es más, ni siquiera querían cobrarle.
Embajadores
Embajadores da nombre a una calle, una glorieta, una parada de metro, una estación de Cercanías e, incluso, a todo un barrio entero. ¿Cuál es el origen de su nombre?
La historia de esta zona se remonta al año 1435. En aquel año, el rey Juan II de Castilla se encontraba en Madrid para recibir a las embajadas de los reyes de Túnez, de Navarra, de Aragón y de Francia. Sin embargo, este encuentro diplomático se vio afectado por una repentina epidemia de peste que propagó rápidamente por Madrid.
Ante esta alarmante situación, el monarca español optó por retirarse a Illescas para ponerse a salvo. La decisión cogió por sorpresa a los embajadores, que optaron por alejarse del centro urbano y se instalaron a salvo en una zona de campo al sur de la ciudad.
Esta zona que ocuparon los diplomáticos se bautizó como el Campo de Embajadores, zona que se extendía, precisamente, en torno al lugar en el que a día de hoy se encuentra la glorieta de Embajadores.
La calle de los Libreros
La calle de los Libreros une la calle de la Estrella con la Gran Vía. El escritor Pío Baroja fue el que propuso este el nombre a la calle, sugerencia debida al gremio que se reúne en ella para la venta de libros viejos. El hecho de que aquí hubiera tantas librerías tiene su motivo en su proximidad con la Universidad Central.
Es a partir de 1930 cuando la calle empieza a llamarse así, aunque la vía tiene mucha historia a sus espaldas: entre 1893 y 1930 recibió el nombre de calle de Ceres y, anteriormente, calle del Pozo o calle de la Justa.
Según cuenta la leyenda, en esta calle había un pozo (que, dependiendo de quién nos lo cuente, pertenecía a una tal Doña Justa o que la señora Justa era la protagonista de lo que sucedió).
Un día de mucho calor, una mujer (Justa o no) decidió sacar agua del pozo para beber. El pozo estaba sellado, por lo que tuvo que quitar la tapa. ¿Y por qué estaba sellado el pozo? Porque allí vivían, ni más ni menos, que dos dragones. Al destaparlo, ambos dragones salieron al exterior y quemaron a la mujer. Lo que se desconoce es el paradero actual de las criaturas…
Otras calles
Además de las anteriores, existen muchas otras calles dedicadas a las profesiones. En la calle Coloreros se vendían las pastillas que tintaban las telas y las medias de seda. En la calle Yeseros estaban instaladas las yeserías y hasta ellas llegaban los carros cargados de yeso. En la calle Tintoreros estaban los talleros que teñían las sedas y los paños. Sin olvidarnos de la calle de los Relatores, de Cedaceros o la plaza de Herradores. La lista es extensa.
Todos ellos oficios tradicionales, algunos de ellos casi extintos, como el de cofrero (Arco de Cofreros), aunque también podemos encontrar otros más contemporáneos.
En el distrito de San Blas-Canillejas, concretamente en los barrios de Arcos, Amposta y Hellín, una extensa zona está dedicada a diversos gremios. Los drogueros, los cinceladores, los dibujantes, los conserveros, los ceramistas, los alfareros, los canteros, los albañiles, los electricistas, los peones, los deportistas o los tejedores tienen aquí su vía. Junto a ellas hay otras dedicadas a la profesión en sí y los lugares donde se desarrollan: grifería, herrería, papelería, chapistería, hojalatería, cerrajería, pañería, siderurgia, serrería, tornillería, etc.
Y oficios menos “típicos” también tienen cabida en Madrid. En otros puntos de la ciudad se encuentran la calle de los Reyes, la ronda de las Monjas, la avenida de los Toreros o el paseo de los Alabarderos.
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