"La sombra del poder": intriga, suspense y sorpresas inquietantes en cada esquina
Tenemos cita con Ben Affleck que es, sin duda, uno de los casos más curiosos del penúltimo Hollywood. Todos pensábamos que, desde que se reveló como director de primera línea cuando arrasó en todas las entregas de premios que se nos ocurran hace unos años, su trayectoria solo tenía ya un sentido: hacia arriba.
La verdad es que nos puso el corazón en un puño, mientras orquestaba uno de los rescates más peregrinos, por increíbles, de la historia del cine y eso que estaba inspirado en hechos reales. Bueno, pues si os gustó “Argo”, tened la seguridad de que la de esta noche en materia de intriga, suspense y sorpresas inquietantes en cada esquina no le anda a la zaga.
Formó parte de esa muy bien orquestada operación encaminada a demostrar que Affleck era más que una cara guapa de tupé sin caspa y blanqueada sonrisa.
Probablemente nunca será Marlon Brando, pero en su papel de honesto senador en apuros por el amor de una mujer y envuelto en una conspiración orquestada por el ansia de poder y el dinero, es perfectamente creíble de principio a fin. A su alrededor se van a cometer sanguinarios asesinatos, chantajes, movimientos sospechosos de gentes que ni siquiera se supone que existan, traiciones.
Tantas circunstancias y tan adversas que va a necesitar ayuda y mucha. La va a encontrar en un prestigioso periodista, amigo de juventud, que más allá de su adicción por la comida basura y su objeción de conciencia ante el H2O, se va a jugar la vida, y la de su colega en prácticas por así decirlo lista como el hambre por cierto, por preservarle a él y a su familia, de lo que considera una persecución implacable. Y van a tener que trabajar contra reloj, porque la jefa es más implacable todavía y la rotativa no espera. O sí, pero cuesta un pastizal.
En “La sombra del poder” hay mucho talento y eso se hace notar en el regusto que le queda al espectador cuando sabe que ha visto una película prácticamente perfecta que no le deja al final ni un solo cabo suelto. El guion es de Tony Gilroy, padre de Jason Bourne y con eso casi está todo dicho. Dirige Kevin McDonald, que se estrenó en Hollywood con un filme, también de sesgo político, auténticamente salvaje.
Concibió la de esta noche como un homenaje a aquellos thrillers políticos de los setenta, hasta el punto de que utiliza algunas localizaciones reales de lugares en los que tuvo lugar el Watergate. La ciudad de Washington se convierte esta noche en un personaje más dentro de la intriga y cada una de sus esquinas es testigo mudo del devenir de malos tiempos.
Russell Crowe borda su papel de veterano informador al que la experiencia no va a librar del estupor ante lo que se va encontrando. El Gladiador está más en forma de lo que parece.
Junto a él una Helen Mirren que tan pronto se empeluca de reina como dirige un periódico con mano regia – rodó sus escenas en tan sólo cuatro días – y Rachel McAdams, por entonces carne de comedia rosa, que ha evolucionado hasta convertirse en interés romántico del mismísimo Sherlock Holmes.
Robin Wright, esa belleza que fue princesa prometida hace 25 años le aporta un ligero toque romántico al apasionante relato, mientras los secundarios Jeff Daniels, que desde que se salió de la pantalla en “La rosa púrpura del Cairo” no ha parado y Jason Bateman, muy alejado de su habitual registro cómico, redondean uno de esos repartos que no son nada fáciles de cuajar. Al que añadimos a la hiperactiva Viola Davis, que tan pronto gana un Oscar por un hincharse a llorar que lidera una de acción sin gota de testosterona.
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