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En clave de thriller político de acción trepidante que no niega su deseo de ser fiel a los hechos reales en los que se inspira, “Colonia” nos hace detenernos esta noche en uno de los episodios más vergonzantes y sangrientos de la historia reciente de esta especie a la que, de momento, seguimos calificando de humana, aunque, en algunos casos, de eso no le quede mucho. Un día antes del golpe de estado de Pinochet contra el presidente chileno Salvador Allende, se sitúa la trama de la película, que toma su nombre del lugar que habitaba una secta religiosa de durísimos modos y maneras y que escondía en realidad un centro de detención, tortura y almacenamiento de armamento para los golpistas, al que se conoció como “Colonia Dignidad”.

Aunque parezca hecha bajo palio de Hollywood, se trata de una producción europea de holgado presupuesto estrenada en cines hace tan solo 2 años, con grandes críticas.

Allí van a ir a parar, por diferentes razones, los dos protagonistas de la historia que nos ocupa a los que dan vida Daniel Bruhl y Emma Watson. Forman una pareja joven, enamorada y en un momento especialmente dulce. Él, fotógrafo comprometido y carismático, ella, azafata arrobada de amor, pero intrépida mujer a la que nada se le pone por delante. Ambos, se verán obligados a huir de la persecución de las salvajes hordas traidoras a su uniforme y tras el paso casi obligatorio por el horror entre los horrores, el estadio nacional de Chile, utilizado por el dictador como terrorífico campo de concentración y tortura.

Al hilo, imposible no recordar la excepcional “Missing” (1982) en la que un rotundo Jack Lemmon intentaba encontrar a su hijo: un idealista escritor desaparecido tras el golpe.

De ahí a la llamada Colonia Dignidad, bautizada así con un retorcido sentido de la ironía, cientos de kilómetros y un paso. Ejemplo del apoyo más o menos encubierto de algunos países a la maniobra del después dictador, un ex militar nazi, Paul Schäfer, es el viscoso líder de la secta y, al parecer, facilitador de apoyo logístico para cuantas necesidades hubieran tenido los golpistas antes y después de tomar el poder por la fuerza.

De hecho, hay historiadores que afirman que todo aquello se fraguó, en parte, entre esas tenebrosas paredes. Pero si dijimos antes que los protagonistas van a llegar hasta allí por diferentes motivos es por algo: a él lo llevaron a su pesar; ella fue porque quiso y por su propio pie con un objetivo muy claro. Y esa valentía del personaje, que en lugar de ser la doncella que espera a ser salvada le da la vuelta al guante, fue definitivo para que aceptara protagonizar la película la que pasa por ser, con todo merecimiento una de las mejores actrices de su generación.

La Watson consiguió que la prensa no supiera que había visitado las instalaciones antes de aceptar el papel pretextando unas vacaciones por varios países de Sudamérica.

Acercándose a la treintena y con la luz pagada para toda la vida gracias a las ganancias de la taquillera saga de Harry Potter, Emma Watson tiene apenas que ver con aquella chavalilla resuelta, disciplinada y con gran confianza en sí misma que hemos visto crecer en la gran pantalla. Allí debutó a los 9 años, elegida por la autora de aquellos mágicos relatos que la fichó nada más ver su audición.

Casi dos décadas después, y tras superar una aversión a la fama que estuvo a punto de dejarla encallada reparte su tiempo entre los platós, su pasión por la literatura y su compromiso con los derechos humanos y, en especial, con la igualdad de géneros, trabaja en ello para Naciones Unidas - entendiendo que: “luchar por ello ha sido con demasiada frecuencia un sinónimo de odio hacia el hombre, y esto tiene que parar”.

Su fidelidad al personaje de Hermione Granger fue tal que no aceptó ningún otro papel mientras se rodó la saga de Harry Potter. Y eso que los productores se la rifaban.

Con 24 millones de seguidores en Twitter, Em, así la bautizaron sus íntimos, parisina de nacimiento, pero inglesa de crianza, de metro sesenta y cinco y expresión siempre inteligente su cociente de superdotada no le permite otra cosa, parece estar a gusto en sus zapatos y recorriendo el camino elegido, que no es el fácil.

Se la considera un ejemplo de elegancia, pero, siempre certera en el gesto, llevó a un estreno un modelo exclusivo hecho de trozos de telas nobles que se iban a tirar.

Ha sido tortuosa jovencita para Sophia Coppola, personaje de más o menos leyenda para Darren Aronofsky y se ha dejado enredar en las malas artes de Amenábar en plena regresión a sus orígenes. Todos grandes cineastas con mundo propio que fabulan lejos de Hollywood, al que, sin embargo también da de comer. Su Bella fue una mujer independiente, que se maneja de igual a igual con la Bestia, sea o no príncipe del color que sea. Según ha explicado, un referente perfecto para las niñas. Después de vérselas con varios tipos de sectas diferentes, unas históricas para desgracia de todos y otras futuristas, quien sabe a dónde iremos a parar, ella sigue a su paso. Sin prisa, pero sin pausa.

Su próximo trabajo será encarnar a la indómita Meg en una nueva versión de “Mujercitas” junto a Meryl Streep y al inevitable Timotheé “Melocotón” Chalamet.

A su lado, una de las estrellas europeas de mayor proyección. El barcelonés criado en Alemania Daniel Bruhl con dos décadas de interesantes trabajos gracias al impacto de “Goodbye Lenin”, divertida comedia sobre la caída del muro de Berlín que dio la vuelta al mundo. En ella daba rienda suelta a esa mezcla de vulnerabilidad y determinación que acompaña a muchos de sus personajes y que, a menudo, lleva en el rostro.

La excelente “Salvador (Puig Antich)” significó su bautismo en el cine de aquí. Así consiguió su primera candidatura al Goya. Trabajar con Tarantino en “Malditos bastardos” dando vida a un apuesto soldado nazi convertido en estrella de cine o con Ron Howard en “Rush” en la que clavó al piloto Nikki Lauda, lo han convertido en nombre a tener en cuenta y en actor con las maletas siempre preparadas en la puerta. Su penúltimo viaje le llevó a las localizaciones de “Siete días en Entebbe”, thriller politico sobre otros bochornos históricos, pero resulta inolvidable en la piel del Barón Zemo, el mayor enemigo del Capitán América a mayor gloria de los amantes del comic trasvasado al cine.

Actor comprometido, de los que “se mojan”, ha expresado con toda franqueza su incomodidad ante la situación catalana actual, declarándose no independentista.

Remata el cartel dando forma a un villano de escalofrío Michael Nyqvist, actor sueco que saltó a la escena internacional gracias a su papel en la saga imposible que tanto hace correr a Tom Cruise, generalmente al banco a ver cómo están las cuentas, pero también había protagonizado las adaptaciones nórdicas de las populares novelas negras de Millennium. Desgraciadamente falleció poco después del rodaje de “Colonia” con tan solo 56 años.

Todos ellos se pusieron a las órdenes del ganador del Óscar Florián Gallenberger, director alemán que se encargó de manejar al numeroso equipo de Alemania a Chile pasando por Luxemburgo y Argentina y de procurar que la película, gracias a un excelente trabajo fotográfico y de ambientación, tuviera una atmósfera inquietante, siniestra y, en ocasiones, aterradora.

Pues dicho esto, os dejamos de esta maquinaria de relojería de suspense de puños apretados, que, además, nos va a dar mucho en qué pensar.