El Real Madrid ha quedado apeado de la final de Múnich tras caer eliminado en el Santiago Bernabéu ante un Bayern que aspira a ser entronizado como campeón continental en su estadio y ante su afición, después de perder el partido (2-1) pero solventar una eliminatoria igualada desde unos once metros donde la suerte fue esquiva al equipo de José Mourinho.
Los primeros 45 minutos habían sido un compendio de ataques poderosos contra endebles zagas. Instantes maravillosos para los espectadores, taquicárdicos para los entrenadores. Las constantes alternativas se acabaron de un plumazo tras el descanso. La batalla táctica había comenzado. Ahora uno se adueñaba del balón y el otro esperaba para salir al contragolpe y, unos segundos después, se cambiaban las tornas.
La prórroga pasó como una exhalación. La semifinal había sido memorable, histórica, pero iba a ser la lotería la que decidiera el segundo finalista de la Champions. Con cuatro penaltis lanzados por parte del Bayern y tres por el Madrid, el marcador reflejaba un 2-1 momentáneo. Era el turno de Sergio Ramos. Con decisión, el poderoso central blanco situó el balón sobre la pintura, lo acomodó de nuevo por orden arbitral y retrocedió. Ejemplo de potencia y entrega, pecó de fuerza bruta en el lanzamiento, que se marchó por encima del travesaño.