Una mujer de 93 años atraviesa una calle. Rápido. Intentando llegar al otro extremo. Mira a la izquierda y luego a la derecha. Cruza sin soltar su bastón.
Quizá, alguien, que mira desde lo alto, piensa: "una abuela normal y corriente". Y se quedaría sin saber qué “esa abuela” se llama María Rubio, que treinta años atrás le gustaba torear, jugar al fútbol y esquiar.
Sobre la mesa, recuerdos. Encima del armario, un montón de trofeos: petanca, aros, baloncesto y mus.
Desde hace 25 años se quedó viuda, vive sola en un pueblo de la Sierra. Sin embargo, se reniega a quedarse en casa “no dejo de salir ningún día a la calle, aunque sea voy a dar un paseo por el pueblo”.
“¿Quieres ver la familia que tengo?” Se ilumina su cara.“Somos por lo menos cuarenta. Tengo 26 bisnietos”. Asegura mirando un álbum lleno de fotografías.
“Desde muy joven estuve trabajando, servía en casas de Madrid. ¡Quince años estuve!” Suspira, un soplo de nostalgia le acaba de llegar a la cabeza. Ríe “Me encantaba salir en la verbena. Y, no solo eso, para las fiestas patronales cosía mis propios trajes.”
Chispi, su gato, se acerca a la mesa sacando una pila de revistas “Este es mi eterno amigo”.
“ No quiero olvidar ningún detalle” afirma, “recordar es vivir las cosas infinitas veces”. Por eso, todos los miércoles entrena la memoria en el Hogar del Pensionista. Pero, no es la única actividad que realiza "la única forma de no sentirte mayor es hacer cosas, los martes y jueves voy a gimnasia, el fin de semana al bingo. Y, siempre que puedo, hago sopas de letras. ¡Me encantan!"
Una mujer atraviesa una calle. Y, si alguien desde arriba, piensa “una señora normal y corriente”, se quedaría sin saber que canta jota y crea poemas. No descubriría que todas las mañanas sigue cuidando a sus hortensias “con mucho amor”, no deja a nadie tocarlas porque “son rebeldes y, a la vez, agradecidas. Son difíciles de tratar pero, cuando consigues que florezcan, no hay flor más bonita en un jardín. Son como la vida.”
A sus casi 94 años sigue "levantándose todas las mañanas con ganas de comerse el mundo", asegurando que "si volviese a ser joven de nuevo intentaría hacer todavía más cosas".
Y, así, entre unas manos llenas de vida, enseñaba aquel instante congelado en el tiempo del que hace ya setenta y tres años.