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No son fáciles de pronosticar y no siempre son tan refrescantes como nos gustaría. Tienen su punto romántico y en el fondo tienen las mismas características que cualquier otra tormenta, pero su frecuencia y formación sí varia respecto a las tormentas invernales.

Las tormentas de verano se producen debido a las altas temperaturas, que calientan el sol, el aire y el ambiente. El aire caliente, que es menos denso, se eleva y choca con una masa de aire frío que hace que se condense en gotas rápidamente, por el vapor de agua presente en la masa de aire. El contraste entre ambas capas provoca tormentas de una hora aproximadamente y de mucha intensidad.

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Como nos explica el químico Ricardo Díaz, dentro de la nube tormentosa existe agua, cristales de hielo y granizo blando, elemento que colisionan al ascender y descender, lo que genera corrientes ascendentes y descendentes. Estas corrientes arrastran las gotitas de agua que hay en la parte inferior hacia la superior de modo que a grandes alturas comienzan a congelarse.

“Cuando vuelven a bajar arrastran las gotitas de agua, que vuelven a ascender congelándose, formando así la piedra de granizo tan típica de las tormentas de verano”, explica.

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¿Cómo saber si las tormentas están cercas?

El relámpago nos puede dar alguna pista sobre si está cerca la tormenta de verano o no. Hay una formula sencilla que consiste en mirarlo y en calcular cuánto tiempo pasa hasta que se escuche el trueno. El relámpago es visto en el mismo momento que se produce.

En cambio, el trueno se traslada a la velocidad del sonido, es decir, a 330 metros por segundo y tarda un poco más en llegar. Un kilómetro de distancia se traduce en tres segundos.

Teniendo en cuenta esta fórmula, si pasan 3 segundos desde que se vio el relámpago hasta que se escuche el sonido, significa que la tormenta está a un kilómetro, si pasan seis segundos, estará a dos kilómetros, y así sucesivamente.