En su primer fin de semana, la Feria del Libro de Madrid de 2015 hizo lo que otras veces: mostrar la engrasada maquinaria de una industria obligada a levantar los pésimos números de los últimos cinco años –el negocio editorial se contrajo entre un 30% y 40% desde 2008-. Que ya no se venden libros y el mercado no absorbe todo lo que se publica.
Atrás quedaron aquellos años en los que el optimismo amable de Punset amasaba filas de entusiastas lectores o en los que Belén Esteban y Mario Vaquerizo narcotizaban mejor que nadie. Los visitantes de esta edición se volcaron en una nueva dimensión de lo mediático, la que se mueve entre el interés por entender y la urgencia por no enterarse, un arco en el que entran políticos, periodistas de destacada figuración en la arena pública y chefs.